Aún sometido a la persistente insistencia de mi gran amigo Jose, que no pasaba mes que enunciara una somera iteración sobre la base de «¿Por qué cojones no has leído ‘Chew‘ todavía?», lo cierto es que he de confesar que, aunque le di un par de oportunidades cuando arrancó y una más cuando la cabecera de Image iba por la mitad de su trayectoria, había algo que no terminaba de cuadrarme en la serie creada por John Layman y Rob Guillory y que me echaba a empellones de continuarla. Y no ha sido hasta ahora, una vez dada cuenta de este primer integral de los tres que publicará Planeta recogiendo la totalidad de la loca propuesta de los artistas estadounidenses, que he podido identificar lo qué diantres fuera me impedía disfrutar de pleno de esta soberbia gozada que son las aventuras del Agente Federal Chu….y, si os ha pasado por la cabeza, sí, estáis en lo cierto, era mi propia y supina estupidez. Es más, es que después de haber leído con considerable fruición estás casi 600 páginas, la ansiedad por saber cómo continua la historia fue claro indicativo de que bien me habría ido haciéndole caso mucho antes a mi viejo colega.
Pero, como reza el refrán, «nunca es tarde si la dicha es buena», y la dicha que mana de las páginas de ‘Chew’ no es que sea buena, es que coge al apelativo y lo adereza de tantos y tantos sabores para el disfrute que uno no puede más que terminar rindiéndose a la evidencia de estar ante una de las propuestas más arriesgadas y bizarras —en el significado anglosajón del término, que os recuerdo que en castellano bizarro es valiente, no extraño como en inglés— que se han visto en el vasto panorama yanqui del noveno arte en los últimos…no sé…¿20 años? ¿Que estoy exagerando? Para nada. De hecho, si pensáis eso es que no os habéis asomado a lo que Layman propone en una cabecera que parte de un par de premisas básicas.
La primera, que el mundo en el que se desarrolla ‘Chew’ es uno poblado de gentes con poderes la mar de extraños como la cibopatía que caracteriza a nuestro particular héroe, un poder que le permite obtener una impresión psíquica de aquello que ingiere. En otras palabras, que puede ver de qué está hecho lo que come, cuál es su origen, qué químicos le han añadido y, si hablamos de cadáveres, cuáles fueron las experiencias del difunto. Y, claro, con tales habilidades, Tony Chu, que se alimenta únicamente de remolacha, no puede dedicarse a otra cosa que a resolver los crímenes más surrealistas que os podáis imaginar.
La segunda no es que junto a él, Layman imagine a toda una cohorte de secundarios de lo más variopinto que incluyen desde vampiros —también cibópatas— a pollos biónicos o críticas culinarias capaces de transmitir con sus vívidos textos la experiencia misma de estar comiendo —para bien y, claro está, para mal—. No, la segunda es que en el mundo de ‘Chew’, y después de una pandemia que acabó con mucha, pero mucha gente, en Estados Unidos se haya prohibido el consumo del pollo y el mercado negro en torno a él sea motor silente de un entramado que, agarraos, también incluye a un sustitutivo del ave que ríete tú de Heura o cualquier opción vegana elaborada a partir de proteína de soja de cuantas cabe encontrar hoy en día en nuestros supermercados.
Y es que ese sustituto que está llamado a hacer algo más que revolucionar el mercado no es sino una semilla de origen extraterrestre dispuesta a conquistar nuestro planeta. Vamos, algo así como la Audrey de ‘La pequeña tienda de los horrores‘ cruzada con las semillas de ‘La invasión de los ladrones de cuerpos‘ en un cóctel que no se corta ni un pelo para incluir toda idea loca —pero LOCA DE VERDAD— que se le pasa por la cabeza a un guionista que parece adherirse con firmeza a la máxima del «todo vale» para hacer de cada número de la colección un auténtico viaje por mil y un recursos argumentales diferentes trufados, del primero al último, de un humor que es descacharrante, hilarante, desopilante y que, al menos al que esto suscribe, consigue arrancar carcajadas cada dos por tres.
Un humor que, si atendéis a la portada o echáis un vistazo a las viñetas que hemos incluido más arriba, encuentra en Rob Guillory el perfecto acomodo: el estilo desenfadado, caricaturizado y MUY exagerado —y desproporcionado— del artista de Louisiana es el idóneo para dar rienda suelta al aparato que construye Layman, y la combinación de lo que uno y otro pone en pie determina el que ‘Chew’ raye a la altura que lo hace, estableciéndose como una serie que no tiene parangón en la historia del noveno arte. ¿Exagerando de nuevo? Si pensáis eso se plantean dos opciones. Una, que hayáis leído ‘Chew’ y no os haya dicho nada. Daos tiempo y volved a ella en unos años. Dos, que no os llame la atención y hayáis decidido pasar de ella. Haceos un favor, dejad prejuicio a un lado y dadle la oportunidad a un cómic que sólo tiene un objetivo en mente: que paséis el rato más divertido de vuestras vidas mientras asistís, intrigados, a una historia a la que es COMPLETAMENTE IMPOSIBLE anticiparse.
Chew. Integral I
- Autores: John Layman y Rob Guillory
- Editorial: Planeta Cómic
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 576 páginas
- Precio: 50 euros