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V. Kingdom Come

‘Piratas del Caribe. La venganza de Salazar’, a pocas leguas de la primera

Cuando ‘Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra’ (‘Pirates of the Caribbean: The Curse of the Black Pearl’, Gore Verbinski, 2003) se estrenó hace catorce años —¡¡catorce años!!…¡¡cómo pasa el tiempo!!— el increíble éxito que acompañó a la apuesta de Disney de trasladar una de las atracciones más conocidas de sus parques temáticos a celuloide no fue sino el fiel reflejo del asombroso divertimento que exudaban las casi dos horas y media en las que Gore Verbinski nos presentaba al que, sin duda, es uno de los personajes más paradigmáticos del cine de este siglo, el inconmensurable Jack Sparrow. El pirata borrachín, pendenciero, tramposo y mujeriego al que daba vida Johnny Depp, se convirtió gracias a esta primera incursión en todo un icono del séptimo arte que, claro está, la casa de Mickey Mouse no estaba dispuesta a desaprovechar.

Avalada pues por sus más de trescientos millones de taquilla en Estados Unidos, Disney orquestó una maniobra similar a la que Peter Jackson había concretado para la trilogía de ‘El señor de los anillos’ y, de nuevo con un Verbinski que tras la experiencia juraría no volver nunca más a trabajar en tales condiciones, puso en marcha el rodaje simultáneo de la segunda y tercera entregas de las aventuras de Jack, Will, Elizabeth y el capitán Barbossa, aumentando sobremanera los elementos fantásticos que ya jugaban parte fundamental de la primera entrega pero, ay, complicando Ted Elliot y Terry Rossio de tal manera los guiones de ambas, que lo desenfadado e hilarante de ‘La maldición de la Perla Negra’ se tornó en hastío, aburrimiento y sopor en ‘Piratas del Caribe: El cofre del hombre muerto’ (‘Pirates of the Caribbean: Dead Man’s Chest’, Gore Verbinski, 2006) y añadió a dichos «valores» lo muy incomprensible de buena parte de la trama de ‘Piratas del Caribe: En el fin del mundo’ (‘Pirates of the Caribbean: At World’s End’, Gore Verbinski, 2007).

Afortunadamente, ésta última atesoraba ciertos momentos brillantes —asombrosamente puntualizados por una de las tres mejores partituras de Hans Zimmer— y un final que, algo amargo, dejaba la puerta abierta para más entregas de una franquicia que con sólo tres producciones, había amasado una taquilla a nivel mundial que superaba los ¡¡dos mil quinientos millones de dólares!!. Eso sí, tuvieron que pasar cuatro años para que los estudios se decidieran a impulsar una cuarta entrega que se saldó con los peores resultados de la saga hasta entonces, ya estemos hablando de recaudación ya, sobre todo, lo estemos haciendo de calidad artística, rayando ‘Piratas del Caribe: En mareas misteriosas’ (‘Pirates of the Caribbean: On Stranger Tides’, Rob Marshall, 2011) a unos niveles tan lamentables e infumables, que muchos dábamos por muertas y bien enterradas futuras incursiones en este microcosmos pirata. Pero, claro está, no contábamos —como diría el Chapulín Colorado— «con la astucia de Disney».

Queriendo volver a insistir en que hay Jack Sparrow para rato, ¿qué mejor manera de hacerlo que utilizar la misma fórmula ya probada con éxito en el resucitar de cierta saga galáctica? O dicho de otra manera, ¿para qué intentar reinventar la rueda si lo único que hay que hacer es adornarla? Resultado de forma sucinta: ‘Piratas del Caribe: La venganza de Salazar’ (‘Pirates of the Caribbean: Dead Men Tell No Tales’, Joachim Rønning, Espen Sandberg, 2017) es una suerte de reboot de la franquicia que tira de muchos de los mismos resortes que veíamos por primera vez hace casi tres lustros, que cuando funciona, y lo hace a menudo, es por mirar con ojos tiernos al pasado de los personajes y que, cómo no, abre de par en par las puertas a que de aquí a poco tiempo —siempre dependiendo de que la cinta no se descalabre en taquilla, por supuesto— tengamos una o dos producciones más que cierren una nueva trilogía. ¿Improbable? Al tiempo.

Pero dejémonos de vaticinios que sólo el futuro podrá contestar y demos cuenta de las más que obvias cuestiones que plantea este regreso a antiguos fueros de la saga. Considerando que, personalmente, tengo a ‘La maldición de la Perla Negra’ en muy alta estima y que la considero una de las más refrescantes cintas de aventuras de este siglo, no creo que sea de extrañar que la afirmación bajo la que quedaría más o menos aclarada mi opinión sobre ‘La venganza de Salazar’ sea la de que estamos ante la mejor de todas las secuelas que ha conocido la cinta original. Dicho esto, hay que aclarar no obstante que el que aventaje a las demás, dada la calidad descendente de las mismas, no implica, ni mucho menos, estar ante un filme redondo; pero sí el habernos reencontrado aquí con muchos de esos parámetros que hacían a aquél primer encuentro con Sparrow y compañía un entretenimiento de tan elevada efectividad.

No se cuentan entre dichos parámetros, qué se le va a hacer, un trasnochado Johnny Depp que parece estar aquí para cobrar jugoso cheque —en serio, su Jack Sparrow ya no tiene ni la sombre del carisma que atesorara antaño—, un Brenton Thwaites soso e inexpresivo como él sólo, un David Wenham con uno de los personajes más desaprovechados de toda la franquicia y un Javier Bardem sobreactuadísimo del que lo único que cabría salvar, siempre y cuando se vea la cinta en versión original, son las constantes interjecciones en castellano y el fortísimo acento español con el que encarna al villano de la función. Afortunadamente, en el terreno interpretativo, contamos con la siempre efectiva presencia de un magnífico Geoffrey Rush y la enérgica incorporación de Kaya Scodelario, que podría haber dado más de sí, de acuerdo, pero aún así es un buen gancho para el futuro de la saga.

Montaña rusa con un tramo intermedio bastante irregular, el guión de Jeff Nathanson —basado en una historia co-escrita con Terry Rossio— coquetea peligrosamente durante una considerable parte de las dos horas y diez de metraje con la indefinición y la artificiosa complejidad de la que alardeaban sin redaños la segunda y la tercera parte de la saga. Pero Nathanson consigue franquear sin mayores problemas tan cenagosas aguas y conduce el libreto hacia un último acto cargado de emoción y abundantes dosis de épica que, con el protagonismo de «el tridente de Poseidon» —el McGuffin del filme—, logra mantenernos en vilo, algo a lo que la dirección de Joachim Rønning y Espen Sandberg respalda con energía, quizás no con brillantez, pero sí con una carga incuestionable de energía que queda también rubricada por la impetuosa labor de Geoff Zannelli en los pentagramas, si bien mucho de lo que plantea el compositor no es más que herencia de las melodías de Zimmer.

Las sensaciones finales que ‘Piratas del Caribe: La venganza de Salazar’ deja en este redactor pasan, primero, como ya apuntaba arriba, por acercar la cinta a ‘La maldición de la Perla Negra’ y, después, por celebrar que la franquicia haya retornado a mejores mares. Unos mares que, como apuntaba más arriba y dada la secuencia post-créditos —que la hay, no había duda posible al respecto— parece que seguirán echando mano de éxitos pasados pero que, siempre y cuando se hagan con el adecuado tino con el que aquí se juega, tendrán mi completo beneplácito.

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