Todo lo que recuerdo es una carrera frenética cuesta abajo camino al cine de la mano de una tía paterna. Llegar tarde, entrar en la oscuridad de la sala y buscar un par de asientos libres. Todo lo que recuerdo es eso, y el primer fotograma que vi, con cinco años, de ‘La guerra de las galaxias’ : Han, Leia, Chewie y C3PO a bordo del Halcón. Sí, llegamos tarde, y sí, me perdí una considerable porción de película. Pero dio igual. Dio exactamante igual. Con tan sólo cinco años, y muy pocas películas en mi haber —estamos hablando de 1980, no hace falta que diga que eran otros tiempos— caí rendido ante el despliegue de imaginación, personajes y música que ‘El imperio contraataca’ servía en bandeja a un niño en edad tan impresionable.
En el ínterin entre 1980 y 1983, y no me preguntéis cómo, pude ver ‘La guerra de las galaxias’ —la original, la que pasaría a convertirse años más tarde en el ‘Episodio IV’— y, el día de mi octavo cumpleaños, acudí al cine, ya con calma, a ver ‘El retorno del jedi’; un final de trilogía que todos vimos como definitivo y que poco podíamos imaginar, abría, sin saberlo, una puerta que ayer, treinta y seis años y cuatro semanas más tarde, se ha cerrado con el final de la saga de Skywalker. Y se ha cerrado de una manera que, sinceramente, no esperaba: pasando de entrar en disquisiciones estúpidas del tipo «es que esto no es el verdadero ‘Star Wars’, el que yo descubrí» —imbécil, nunca podrá serlo porque ya no eres el mismo que cuando lo descubriste, me dan ganas de responder ante tamañas sandeces de afirmaciones— voy a tratar de ser lo más visceral posible a la hora de blandir argumentos acerca de ‘Star Wars episodio IX: El ascenso de Skywalker’ —desde ahora ‘Episodio IX’—.
Bajo ese espíritu, y sin que tengáis que leeros todo el texto para entresacar qué me ha parecido esta segunda incursión de J.J. Abrams en el universo que George Lucas comenzó en 1977, dejemos claro que, uno, es la peor sin duda alguna de la nueva trilogía que arrancara el propio Abrams con ‘Star Wars episodio VII: El despertar de la fuerza’; y, dos, que llevándonos la escala comparativa a las nueve producciones que conforman la saga central, estamos ante un filme que sólo tiene por debajo a ‘Star Wars episodio I: La amenaza fantasma’ y a ‘Star Wars episodio II: El ataque de los clones’. ¿Así de mal? Lamentablemente, sí, así de mal.
Dos son los motivos fundamentales que servidor apuntaría para situar tan bajo a este enorme parche mal remendado que han conjurado Abrams, Terry Rossio y a saber cuántas más voces e injerencias. El primero, que las dos horas casi y media de metraje sean una constante huida hacia adelante, un imparable ir y venir de escenas, unas encima de las otras, montadas con mayor o menor suerte pero que, quizás por miedo a que si se paran dejen ver demasiado lo endeble de las costuras que las unen, no ofrecen descanso al espectador bajo la más que probable premisa de creer que éste, fan letal de ‘Star Wars’, estará feliz y contento de encontrarse con el que es el segundo motivo, la considerable cantidad de guiños que la cinta llega a meter, pocas veces con fortuna, para que el contador de nostalgia se nos dispare a los que nos hemos pegado toda nuestra puñetera vida viendo una y otra vez las cintas de la trilogía «original».
Ahora bien, no penséis por un momento que dichos polos se las apañan solos para hacer de ‘Episodio IX’ el desaguisado que es, que junto a ellos hay algunas de las más alocadas y demenciales decisiones de guión que se han visto en la saga. Sí, más alocadas que todas aquellas en las que incurrió George Lucas en la trilogía de las precuelas. No puedo decir mucho más porque es mi intención que sea esta una entrada libre de destripes, pero lo que se hace con cierto personaje central para contentar a todos los seguidores que exigían que se respondieran a todas las preguntas posibles, es tan de traca, tan ridículo, tan mal traído y tan pobre, que desde el momento en que se enuncia, uno tiene ya que resignarse y renunciar a la esperanza de que lo que quede de proyección vaya a conseguir arreglar el cenagal en el que mete al conjunto una simple frase.
¿Estoy siendo exagerado? No ¿De verdad es tan olvidable lo que tendría que haber sido INolvidable? Sí, lamentablemente sí. A ver, que cosas buenas hay. Que la dirección de Abrams y la fotografía de Dan Mindel —sin lens flares— son muy buenas. Que la música de John Williams, como siempre, sabe como mantener el tipo aunque, debido a las decisiones de la historia, tenga que ir recurriendo una y otra vez al auto-homenaje. Que la química entre Daisy Ridley, Oscar Isaac y John Boyega es, por fin, espléndida. Que Adam Driver está muy bien —lo que no es de extrañar viendo la madurez que el actor ha ganado a pasos agigantados en el último lustro—. Que C3PO recupera protagonismo y eso es bueno. Pero es que todo lo anterior, por mucho que os pueda parecer —que no es tanto, la verdad— se queda en agua de borrajas cuando hay que compararlo con el mar de irregularidad que es la cinta y el muy mal entendido sentido de la épica con el que J.J. Abrams caracteriza a esta undécima producción del universo ‘Star Wars’.
Como le decía a mi hija de ocho años cuando salíamos de la sala mientras trataba de explicarle por qué no me había gustado cuando a ella le había «flipado»: «me encantaría poder haber visto la película con tus ojos». Pero no puedo, ya no tengo ocho, sino cuarenta y cuatro años. Ya no me conformo con una amalgama de escenas molonas —insisto, las incensantes secuencias de acción están muy bien rodadas…bueno, la mayoría de ellas—, cuando ninguna tiene sentido ni entidad por sí solas. Ya no me hacen vibrar mil referencias y cameos cuando ninguno queda refrendado por mucho más que el contentar a un sector del fandom o a otro. Y, no, no busco «la verdadera ‘Star Wars'» —parecen esto las crónicas artúricas y la cruzada del Grial— sino una ‘La guerra de las galaxias’ que hubiera tenido más personalidad, que hubiera arriesgado más, y que no se hubiera gastado tanto la rodilla de tanta genuflexión como termina haciendo. Vamos, una ‘Star Wars’ como aquella por la que apostó Rian Johnson hace dos años. Pero, bueno, sólo es cine, ¿no? Y ahí estará la trilogía original para que la revisemos cada vez que queramos y saciemos nuestro apetito de esa galaxia muy, muy lejana a la que a saber cuándo volveremos a acercarnos y con quién lo haremos. Hasta entonces, que la fuerza os acompañe.
Ouch. Voy mañana a verla. Esto va a doler…
Pues sí, prepárate para lo peor, así, a poco que te guste, no te llevarás un chasco.
Pues acabo de salir y tan mal me lo había puesto todo el mundo que he salido súper emocionado. Quizá porque el mensaje (simple, maniqueo pero mensaje) me ha llegado mucho: los trolls, los enfadados…los malos, siempre parecen más. Y ganan si nos sentimos solos. Pero nosotros, la buena gente, somos más.
Una cosa en la que si he pensado al salir es la siguiente: ¿Cuando se nos olvidó que Star Wars es una metáfora? No es realista ni falta que hace. No son las tramas complejas, el realismo o la construcción de mundos. Eso es un fallo en las precuelas. Realismo por encima de mensaje. La nueva trilogía no tenía ni eso, y por eso daba bandazos (ni mensaje ni realismo, solo nostalgia). Hasta esta. Hoy he salido con una sonrisa del cine. Y si, aunque comentasteis que era imposible, si que me he sentido como un niño otra vez. Un niño que cree en que los buenos van a ganar y que todo es posible. A veces recordar eso merece la pena el precio de la entrada.
Pues me alegro muchísimo por ti, querido Jorge. En estos días he podido intercambiar muchas impresiones acerca de la peli y leer y ver más opiniones sobre la misma; y sigo pensando que es mucho lo que falla en ella para ignorarlo en aras de lo que sea. Eso sí, para tener una mayor conciencia de mi juicio, iré a verla de nuevo durante las fiestas, que lo mismo, al saber qué me voy a encontrar, la percepción acerca de ella, cambia.
Mirala con otros ojos, como si fuera una fábula onírica. Palpatine no es Palpatine. Es el mal. No requiere explicación. Y me gusta mucho cómo se le vence. Es la esencia de los Jedi.