“Hola, me llamo Roberto y me gustan los cómic, el manga, el anime y ese tipo de cosas”. ¿A quién no le ha sucedido que, tras pronunciar una frase similar a esta, sea objetivo de una o varias miradas que van desde la pura incomodidad al altivo desprecio, pasando por la lástima piadosa?
Es el estigma del friki. Algo que por desgracia nos acompaña aquí y en cualquier parte del mundo (no hay más que ver series como The Big Bang Theory o Densha Otoko para ver ejemplos del tratamiento que reciben los frikis en USA o Japón). Los frikis son gente rara, inadaptada y de la que es mejor mantenerse alejada, esta es una máxima aceptada por la gran mayoría del público, lo cual ha degenerado en chistes fáciles que rivalizan con las creencias de que los catalanes son unos agarrados, los andaluces unos vagos, los vascos unos brutos y chorradas similares.
Pues bien, yo soy friki, y me encanta que me digan “pero que friki que eres” o cosas por el estilo. Lo que no soporto es que me metan en un saco marcado con un estereotipo que, en la mayoría de los casos, no se cumple. Es una leyenda urbana. Claro, se me puede echar en cara que no puedo realizar esta afirmación porque no conozco a todos los frikis del país, pero es que la gente que desdeña a los frikis, tampoco.