'Monsieur Vadim', dando guerra a los 80

Si bien son muchas las cosas que las diferencian, hay un cierto aroma similar entre lo que Gihef y Morgann Tanco ponen en juego en este ‘Monsieur Vadim‘ que nos trae Ponent Mon y lo que veíamos hace casi dos años cuando asistíamos en el cine a gozar con un Bob Odenkirk sobresaliente repartiendo estopa en ‘Nadie‘, una cinta a lo ‘John Wick‘ pero con el carismático Saul de ‘Breaking Bad‘ en lugar de Keanu Reeves. Si no la habéis visto, ya estáis tardando, no sólo porque es una pasada en términos de acción y ritmo, sino porque, al margen de Odenkirk, os encontraréis con un Christopher Lloyd octogenario pasándoselo bomba en un papel que, cuidado, también resonaría muy cerca del Sr. Vadim Koczinsky, este exlegionario retirado y con artritis que, por diversas causas, tendrá que volver a poner en juego sus muchas habilidades para salir airoso de un complejo entramado en el que se cruzan intereses mafiosos, drogas, un nieto al que no puede ver y la sed de venganza por la hija que perdió debido al proxeneta con el que ésta había decidido tener un hijo. Mezclad todo eso con ciertas dosis de humor cínico y socarrón y, por supuesto, con lo curioso y estimulante a partes iguales que resulta ver a un personaje tan bien definido como Vadim dando palos a diestra y siniestra, y tendréis entre manos el cóctel tan bien preparado que nos sirven los autores franceses.

Bien preparado, sí, porque, a poco que os dejéis llevar por la propuesta, veréis como las páginas de este integral se devoran con fruición, queriendo llegar a ese punto en el que todo se resuelva de una forma u otra. Bien preparado porque, la forma en la que Gihef va hilvanando todos los personajes y la manera en la que introduce ciertos giros imposibles de predecir, hace de este conjunto un viaje lleno de sorpresas. Y bien preparado, por supuesto, porque el trazo de Tanco, que nos recuerda a los de coetáneos suyos como el Bruno Gazzotti de ‘Solos‘ o el Paul Cauuet de ‘Los viejos hornos‘, es el que, curiosamente, mejor casa con ese tono entre desenfadado y dramático, triste y virulento del que hacen gala las páginas del álbum. La única pega que le pondríamos, siendo muy exquisitos, es que, llegando el final, el espléndido ritmo al que habían ido desarrollándose los acontecimientos se vuelve rápido, demasiado rápido, como si el guionista no tuviera suficientes ideas para llenar un tercer álbum y lo que le quedara por contar tuviera que hacerlo a prisa y corriendo. Perded cuidado porque dicha cualidad no arruina, ni de lejos, las espléndidas sensaciones que se derivan de la lectura, pero es una lástima que, debido a ella, ‘Monsieur Vadim’ se quede rozando un sobresaliente que, en su ausencia, habría logrado sin despeinarse.