Dentro de cuatro años, en 2027, ‘El eternauta‘ cumplirá 70 años. ¡¡70 años!! Se dice pronto. Y si hay algo que esta tercera o cuarta lectura que le he hecho a la obra de H.G Oesterheld y Francisco Solano López deja muy claro es que, aunque el tiempo ha hecho cierta mella en ella, no ha sido suficiente para que, comparadas con otras coetáneas suyas —estoy pensando, por supuesto, en cualquiera de los tebeos de superhéroes que se publicaban en Estados Unidos a finales de los años 50 o, por supuesto, en el tipo de tebeo que veía la luz en España bajo el atento foco del régimen franquista—, estas viñetas no sólo conserven casi intactas las cualidades de magnífico y referente relato de ciencia-ficción que lleva siendo desde entonces, sino que quepa afirmar que hace lo propio con toda la carga de reflexiones y mensajes que Oesterheld incluyó en este inmortal trabajo, uno de los tres pináculos de su trayectoria —por si alguien se pregunta cuáles son los otros dos, nos estamos refiriendo, por supuesto, a ‘Ernie Pike‘ y ‘Mort Cinder‘.
Voy a recurrir a un topicazo considerable antes de entrar en materia: resulta completamente imposible decir algo sobre ‘El eternauta’ que, de alguna manera, innove, aunque sea en términos mínimos, con respecto a lo que en las últimas siete décadas se ha escrito y dicho sobre él. De hecho, en cualquiera de las introducciones que la obra de Oesterheld y Solano López ha conocido antes de esta que hoy os traemos o, por supuesto, en el arranque de tan espléndida edición que nos ofrece Planeta Cómic, caben encontrarse textos que sitúan, con muchos más conocimientos y de forma mucho más brillante que lo que yo podría ofrecer, un tebeo cuya interpretación y comprensión depende sobremanera de conocer de manera íntima el contexto histórico y sociológico en el que fue alumbrado, y nadie mejor que Carlos Trillo —que ofreciera magnífica aproximación a la obra en la edición de Norma que apareció con motivo del 50 aniversario—, Guillermo Saccomanno o Juan Sasturain, los dos autores que prologan el volumen que hoy nos ocupan, para ofrecer dicho contexto.
Así las cosas, y a sabiendas de que, al margen de dichas introducciones, hay muchos artículos en la blogosfera que han dedicado denodados esfuerzos a desgranar las mil y una virtudes de tan capital obra —os recomendaríamos, al margen de lo que nuestro antiguo compañero Albertini redactó cuando éramos Zona Fandom, en dos entregas que podéis encontrar aquí y aquí; el artículo de Zona Negativa o este otro que, muy adecuadamente, vio la luz en el año del confinamiento—, vamos a volcar nuestra atención en lo que queda de reseña en dejar muy claro que, comparada con cualquier de las anteriores ediciones que ha conocido ‘El eternauta’, a uno u otro lado del océano, en su país de origen o en España, ninguna se acerca en calidad de reproducción a la que Planeta Cómic muestra aquí.
En esta afirmación caben dos preguntas. La primera, es la enorme duda que nos surge cuando, con el volumen de Norma del 50 aniversario a un lado y el de Planeta al otro, no alcanzamos a entender de qué material han partido los responsables de esta edición para que las páginas de ‘El eternauta’ se vean tan prístinas y definidas como lo hacen aquí: no creo que erremos mucho al pensar que no hay posibilidad de recurrir a originales que poder escanear, así que es de recibo pensar que, o bien han tenido acceso a fotolitos hasta ahora desconocidos, o han hecho una labor de limpieza titánica para que lo que antes eran manchas negras de tinta o trazos gruesos, de repente se hayan convertido, y esto es algo considerablemente notable en el caso de los rostros de los personajes, en finas líneas que revalorizan, y de qué manera, el trabajo de un Francisco Solano López que se dejaba la piel en la precisión con la que dotaba expresividad a Juan Salvo, Favalli, Pablo, Elena, Martita, Franco y cuántos secundarios se mueven por las viñetas del tebeo.
La segunda, directamente relacionada a la duda anterior no hace sino aumentar ésta: sabemos, porque así lo han anunciado desde la editorial y así, de hecho, aparece reflejado en la contraportada del volumen, que para esta edición de ‘El eternauta’, se han retocado más de cincuenta ilustraciones a fin de, y cito textualmente «optimizar su calidad visual, potencia y continuidad gráfica». Pero, considerando las muchas «ilustraciones» —entendemos que por tales se refieren a viñetas— que conforman las más de 350 páginas en que se desarrolla la historia ¿hasta que punto esas 50 tienen una incidencia relevante en ese salto de calidad que observamos en esta edición?
Sea como fuere, se hace bien evidente al aproximarse de nuevo a este clásico imperecedero —esa mella de la que hablábamos antes, y que cabría responsabilizar al inocente tono de algunos diálogos o a la resolución de algunas situaciones, deja de serlo en el momento en que uno se deja llevar por los vericuetos del relato—, y volver a vibrar con las aventuras de Juan Salvo, con el misterio tras la nevada mortal, los cascarudos, los manos, los grubos y los Ellos, y con ese giro final cuyo eco nunca deja de resonar en la memoria del lector, incluso pasados los años —por más que, si uno es cinéfilo, hay podido encontrar giros así a patadas en incontables historias de ciencia-ficción acaso, por supuesto, influenciadas por esta—, que tebeos como ‘El eternauta’ son hitos tan irrepetibles en la historia del noveno arte como lecturas imprescindibles en el bagaje de cualquier lector de tebeos. Así que, ya sabéis, si no figura en vuestra tebeoteca, la ocasión la pintan calva para que la mejor edición que ha conocido esta obra maestra repose, feliz, en una colección que nunca estará completa sin ella.
El Eternauta
- Autores: H.G Oesterheld y Francisco Solano López
- Editorial: Planeta Cómics
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 376 páginas
- Precio: 35 euros