'Biblioteca Conan. Las crónicas de Conan 2', a caballo entre la grandeza y lo estándar

Por más que, como lector, y dado lo mucho que me impactó el trabajo de ambos en las páginas de ‘Conan‘, me hubiera encantado que toda la serie regular que Dark Horse publicó en su momento hubiera recaído en la responsabilidad de Kurt Busiek y Cary Nord, se hizo muy pronto bastante obvio que el dibujante no iba a poder llevar el ritmo mensual que la cabecera exigía, y así es que las aventuras del cimmerio en esta, la que consideramos su mejor versión —al menos la mejor de cuantas se han hecho al otro lado del océano…que a este lado ya vimos lo mucho que nos impresionó uno de los álbumes de Glénat—, terminaron conociendo una alternancia de artistas visuales que, con dispares nombres, aportaron no siempre con la misma fortuna su granito de arena a un proyecto que, cada vez que volvía a recaer en las manos de Cary Nord no lo hacía, no obstante y trascendido el primer año y medio de andadura, rayando a igual altura que lo que el dibujante fue capaz de cuajar en ese impresionante arranque del que ya dimos cuenta hace unas cuantas semanas: sólo hay que asomarse a las páginas por él firmadas en este segundo volumen publicado por Panini para apercibirse de que el canadiense no pudo mantener siempre un mismo nivel, dejándonos páginas que rozan la perfección, se las mire por donde se las mire, y en las que el control sobre personajes, escenarios y narrativa es total y otras que, por contra, se nos antojan rápidas, deslavazadas y hasta indignas de competir en la misma liga que sus compañeras.

Afortunadamente, en lo que a los números que Nord firma, (casi) siempre —ya veremos abajo el por qué de ese casi— hay un denominador común que no defrauda: el de los guiones de Kurt Busiek. Ya sea adaptando directamente los relatos de Robert E. Howard, ya en latitudes que innovan sobre el tejido del literato estadounidense, el veterano guionista da lo mejor de sí una y otra vez. En lo personal, nos quedamos con sus portentosas traslaciones de relatos originales más que con aquello que, de nuevo, puede ofrecer, pero eso es más mérito de la grandeza de Howard que demérito de un Busiek que ofrece alta fantasía del más depurado nivel y que parece dejarse poseer por el espíritu del creador del bárbaro de Hybórea cuando ha de salirse del «canon» y ofrecernos, por ejemplo, una mirada a la juventud del personaje, ilustrada con brío y personalidad por Greg Ruth; un homenaje al propio Howard, al que pone talento, pero el justo, un Eric Powell que no termina de sentirse cómodo fuera de la bizarría —en la acepción anglosajona del término, no en la castellana— de su Bruto o un Tim Truman que, algo hiératico en las configuraciones de sus personajes, sirve no obstante espléndidamente bien al objetivo de Busiek de abundar en el príncipe y el visir que, desde el comienzo de la saga, sirven de marco a las aventuras de esta versión de Conan.

Pero, insistimos, lo mejor que son capaces de ofrecer, en uno y otro término, las algo más de 500 páginas de este segundo volumen de ‘Las crónicas de Conan’ reposa sobre los cuatro hombros del tándem Busiek y Nord en general o, porque el trazo del segundo es ahí es refinado y cuidado, en la dupla que conforman los números 33 y 34 de la edición original yanqui en particular. Ahora bien, fuera de ellos, y con la clara idea de que todo lo que encontraréis aquí es soberbio, nada nos parece más sobresaliente en este volumen que la adaptación que lleva a cabo Mike Mignola de la muy lovecraftiana terna que abarca desde el 29 al 31, tres números que se basan en casi unos breves apuntes de dos páginas de un relato de Howard llamado ‘La sala de los muertos‘ y que el creador de Hellboy se lleva a un terreno que le es muy familiar con criaturas de esas que tanto gustaba imaginar al de Providence, dejando bien claro esas páginas que hasta de una servilleta con cuatro líneas garabateadas por el literato yanqui puede extraerse tanto como lo que dan de sí sesenta magníficas planchas.