Creo que estaré permanentemente en deuda con mi compañero P. Roberto J. por darme el empujón definitivo con sus recomendaciones y aventurarme a comprar (algo complicado en tiempos de crisis) los dos primeros números de ‘Los Muertos Vivientes’. Ahora me insulto a mi mismo por no haberme atrevido antes a empezar esta desgarrante colección.
Y es que creo que caí en la trampa de las primeras apariencias, trampa preparada para cualquier ser humano y en la que solemos caer con facilidad. No soy muy fan del género zombie, sí, lo siento, parece ser requisito indispensable para todo friki es que guste de esta clase de historias sea en el formato que sea. Pero personalmente, los despellejados comecerebros nunca han sido de mi agrado salvo en la saga Resident Evil.
Pero calificar a ‘Los muertos vivientes’ como una historia de zombies es un grave error, de ahí la trampa mencionada antes, y es que los zombis aquí simplemente son un detonante para que prenda la auténtica trama latente y universal para todo buen relato que se jacte de serlo, el ser humano y su relación con el resto de sus semejantes.