COMIC SCENE: Las Lecturas de Fancueva
V. Kingdom Come

‘El restaurante al final del universo’, celebremos que todo acaba

El restaurante al final del Universo

Montemos una fiesta como si fuera 1999, decía Prince. El mundo se acaba, vámonos de juerga. Todo tiene un fin, todo se acaba, así que vamos a celebrarlo y disfrutemos hasta que ese momento llegue. En ‘El restaurante al final del universo’, Douglas Adams retomó y retorció aún más los planteamientos filosóficos que ya expuso en la ‘Guía del autoestopista galáctico’.

Si no se asustó con la ‘Guía’, la primera de sus secuelas es lectura obligada. Hay quien dice que es más floja… no estoy de acuerdo. Lo que sí es cierto es que se pierde el factor sorpresa inicial, pero es una más que digna sucesora. Y mantiene el mismo tono de humor absurdo, que hace reflexionar sobre la futilidad de la existencia y de la estupidez tan característica de la raza humana.

Al principio se creó el Universo. Esto hizo que mucha gente se cabreara y fue reconocido de forma generalizada como una pésima idea.

Porque esa capacidad de Douglas de exprimir al máximo el absurdo es algo que se llevó con él. Es cierto que otros genios, como los Monty Python o Terry Pratchett han aportado mucho a este género. Pero la densidad de situaciones delirantes pero cargadas de dardos filosóficos en la obra de Adams es difícil de superar.

Aquí a España el título llegó con un cambio innecesario y carente de sentido, ‘El restaurante del fin del mundo’, que entre los fans de la saga nunca terminó de cuajar. Es una traducción mal adaptada que es inconsistente con la historia. Porque Milliways está en el final del universo, y no del mundo (que como recordarán, fue destruido en las primeras páginas de la ‘Guía del autoestopista galáctico’).

Como quiero animar a los nuevos lectores no voy a comentar nada que estropee la experiencia ni reviente ninguna sorpresa imprescindible.

¿Hemos llegado ya?

Hay una teoría que dice que si alguien llegase a descubrir exáctamente para qué es el Universo y por qué está aquí, desaparecerá al instante y será reemplazado por algo incluso más estrambótico e inexplicable.

Hay otra teoría que dice que esto ya ha pasado.

Dejamos a Arthur Dent viajando a bordo del Corazón de Oro, la mejor nave del Universo, con su Motor de Improbabilidad Infinita. Con él viajan Trillian, la otra única humana que sobrevivió a la destrucción de la Tierra, el bicéfalo ex-presidente de la galaxia Zaphod Beeblebrox I, el androide paranoide Marvin, y el editor de la Guía del autoestopista galáctico Ford Prefect.

Milliways, el restaurante al final del universo

Se dirigen a Milliways, pero su camino no será tan sencillo como podría pensarse. Un ataque vogón, una nave que no sabe preparar una buena taza de té, y una sesión espiritista para contactar con el bisabuelo de Zaphod, que es Zaphod IV. Sí, Zaphod es su propio ancestro, por una mala combinación de anticonceptivo poco eficaz y una máquina del tiempo demasiado eficaz.

Momentos estelares

El libro tiene unos excepcionales momentos. Todo lo relacionado con Milliways es magistral. El tour por la sede editorial de la Guía del Autoestopista Galáctivo es sublime. Pero lo que realmente hace grande a esta novela, pienso, es la expedición de los golgafrinchanos.

Bueno, no de todos los golgafrinchanos, claro, tan sólo los más inútiles, como los limpiadores de teléfonos y los estilistas, que fueron expulsados del planeta Golgafrincham con una burda excusa. Eso fue poco antes de que la flor y nata de la población fuera diezmada por una infección de oído, que se propagaba a través de auriculares de teléfonos.

Douglas utiliza el cinismo resignado de Arthur para psicoanalizar a los seres humanos. Para ello, le enfrenta a los golgafrinchanos, unos seres especialmente cuadriculados, invasivos y belicosos que se dedican a redactar leyes imposibles y a declarar la guerra a zonas inexploradas e inhabitadas, mientras que de paso acaban con el ecosistema local.

Venga a Milliways y ante todo, no se asuste

Es difícil hablar de Milliways sin adelantar nada a nuevos lectores, así que sólo describiré las vistas interiores. Este es posiblemente el restaurante más solicitado de todo el universo. Increíbles actuaciones musicales, vacas genéticamente modificadas para que puedan presumir de lo buena que es su carne, y un aparcacoches inmemorial son factores que ningún otro restaurante ofrece. Y ninguno de estos es, ni mucho menos, el plato principal.

Pero es toda una lección de Adams, una de tantas, sobre cómo afrontar la vida. Con alegría, aceptación, y a ser posible la tripa llena.

Ah, y quizás, sólo quizás, haya alguna pista sobre la Gran Pregunta, esa sobre el sentido de la vida, el universo y todo lo demás. O quizás eso haya que dejarlo para la tercera entrega.

Es hora de arrancar los motores temporales y darle otra nueva vuelta a Douglas Adams. La próxima semana seguiremos repasando la saga, si no nos interceptan los vogones y nos recitan poesía, claro.

En la Fancueva 35 años de la ‘Guía del Autoestopista Galáctico’

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