Seguro que algunos leeréis el título y diréis: «pues claro, ¿qué se piensa éste? ¿Que nos descubre el mundo?». Y ya, ya cuento con que muchos de vosotros sepáis muchísimo sobre Drácula y los vampiros, pero no es tan obvio que haya que leer la novela de Bram Stoker. Sí, es un clásico, pero ¿cuánta gente que la conoce la ha leído realmente? Creo que me he acostumbrado, como mucha otra gente, a que el cine se haga cargo del terror y a que la literatura del género sea vista como algo secundario. Así que en general nos fijamos más en las películas que en las novelas o en los cómics.
Para mí, es algo más que un libro de terror cualquiera: es el que me hizo engancharme al género. Quizás Drácula, de Bram Stoker, sea algo así como el Quijote del terror: todo el mundo lo cita, sirve de referencia para mil y una historias, su personaje es mítico, pero por todo ello parece como si ya no hiciera falta leerlo, como si el relato ya nos lo hubieran contado antes demasiadas veces.
Y no es así: por muchas películas sobre el conde más famoso de Transilvania que hayáis visto, por mucho que sepáis sobre vampiros, leer el Drácula original por primera vez depara más sorpresas que casi cualquier otra novela o película de terror. Quizás sea que nadie ha sabido traspasar la complejidad de la historia o, posiblemente, que la original narrativa de Stoker funciona en papel mejor que cualquiera de sus adaptaciones.
Contada al modo epistolar, la historia de Drácula quiere tener la máxima verosimilitud, aparentar que fue real o pudo serlo. Stoker, aparentemente, se limita a hacer de recopilador y a recoger los fragmentos de diarios, de grabaciones fonográficas, de reportajes de periódicos o de documentos oficiales para recoger todos los puntos de vista sobre un mismo suceso: el viaje de ida y vuelta que el Conde Drácula hace de su castillo en Rumanía a Londres, donde pretende residir a partir de ahora, asesorada por el joven procurado Jonathan Harker.
En cierto modo, la novela es como los falsos documentales de terror: la Bruja de Blair, Monstruoso, Holocausto Caníbal… Se apoya en documentos de terceras personas para dar la sensación de que aquello ha sucedido. Si el cine se aprovecha de las cámaras que lo grabaron todo y las cintas encontradas dentro, Stoker va saltando de personaje en personaje: del diario de Jonathan Harker, al principio minucioso, después cercano a la locura y al shock a las transcripciones de las cintas del doctor Seward (como buen psiquiatra, el tono médico que utiliza deja entrever la fascinación que le producen sus pacientes) y de allí a los periódicos (sensacionalistas) o a los diarios de abordo de un capitán que guía un barco maldito, el escrito maneja cada nueva voz con intenciones claras y mano firme.
Stoker se aprovecha de los múltiples puntos de vista para mezclar el suspense con el terror. El personaje sabe tanto como el lector, al que no le hace falta dejar a un lado todo lo que ha visto y oído sobre Drácula para entrar en la espiral de acontecimientos de la novela. Puede que porque, por encima de todo, hay un personaje principal, que es tan seductor como brutal.
Al contrario que en la versión romántica del mito que Coppola disfrazó de historia fiel a los orígenes, Stoker parece más interesado en definir al conde Drácula como un ambicioso irredento antes que como un hombre enamorado. Por muy bella que fuera la escena, aquello de «he cruzado océanos de tiempo para encontrarte» es un tanto que hay que apuntárselo de manera exclusiva al director. En la novela, el terror lo impregna todo: la desesperación es más gótica que romántica y lo que importa es cómo Drácula va adquiriendo un poder temible y difícil de derrotar.
Ratas, niebla, lobos, tormentas y murciélagos: la ambientación clásica del terror combinada con las nuevas formas narrativas. Stoker se merece mucho más que ser simplemente el inspirador de tantas películas buenas como malas: se merece que se le lea y se le admire por lo que hizo y no simplemente que se le considere un mito.
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