'Thor: Balada de hielo y fuego', Kubert e Immonen equilibran la balanza

Las últimas líneas de la larga reseña que dedicamos a los dos primeros —y contundentes— integrales del Thor que nos llegó, allá por la segunda mitad de los años 90, después de la debacle que había sido el Heroes Reborn, dejaban claro cuál era nuestra opinión sobre lo que Dan Jurgens conseguía destilar para con la cabecera del Dios del Trueno:

A la postre, si hubiéramos de dejar una idea a modo de corolario de lo que Jurgens, Romita Jr. y compañía legaron con su Thor, quizá podríamos compararlo con la primera cinta del UMC dirigida por Kenneth Branagh: entretenía, sí, pero era tan insustancial e inane que no dejaba huella.
El trueno en los 90

Bajo esa perspectiva, nada halagüeña, para qué nos vamos a engañar, mi aproximación a este tercer volumen venía cargada de todos menos de expectación. Y aunque al final no ha llegado la sangre al río de la mediocridad que uno esperaba, creo que de obligada afirmación dejar claro que los terrenos por los que transitan estas más de 400 páginas son exactamente los mismos por los que circulaban las casi setecientas que las precedieron. No hay nada que funcione mejor en lo que Jurgens continua enhebrando en un entramado que se limita a echar mano de la enorme cohorte de secundarios —»buenos y malos»— que el Odinson ha ido acumulando con el paso de las décadas, y mucho de lo que cada número de los aquí incluido recoge, parece basarse en el sustrato elemental de los tebeos de superhéroes: gentes vestidas con coloridos atavíos dándose hostias como panes mientras intercambian diálogos grandilocuentes que no llevan a nada. Eso es el Thor de Jurgens, ni más ni menos. Que nadie espere de él algo más o, a fe nuestra, que se llevará un chasco considerable.

Ahora bien, aceptando las reglas del juego, quizá podamos colocar a este volumen un par de peldaños por encima de los anteriores, ya por la extrema variedad del mareo al que el guionista somete al hijo de Asgard, ya porque, con John Romita Jr. fuera, y tras el insustancial paso de un Erik Larsen que no da la talla, llega a este rincón del Universo Marvel, primero la suma expresividad y la muy bien entendida exageración del trazo de Andy Kubert y, después, la contención del estilo del Stuart Immonen de los noventa —que nada tiene que ver con la grandeza que alcanzará después, pero aún así, mola. Entre los dos, dan pábulos a las ideas locas de Jurgens con esa Chica Thor a la cabeza, y si uno es capaz de distanciarse lo suficiente de la pompa y el boato con la que el guionista escribe unos diálogos que nunca han sido menos su fuerte que en estas páginas, es probable que hasta pase un buen rato. Pero sólo eso, ¿eh? Un buen rato que tan pronto termina, a otra cosa. ‘Nuff said!!!!