Decía Shakespeare en su inmortal ‘Romeo y Julieta‘ que una rosa, aún con otro nombre, tendría el mismo dulce aroma. No es sólo por hacer referencia a la misma flor para bautizar a su protagonista, pero pocas sentencias se revelan más adecuadas al enfrentarse a la lectura de ‘Rosa’, la historia de un bailarín que empieza a disfrutar de las mieles del éxito tras su debut en el escenario en el París de los felices años 20.
Hablar de un personaje como Rosa resulta complejo. Nacido y criado en las bambalinas de un cabaret, el jardín, que regenta su madre su pequeño mundo es el de las bailarinas, todas con nombre de flor, del girasol a la margarita, Rosa jamás ha dejado su ciudad natal y su existencia se ha prodigado poco más allá de lo que, jugando con su nombre, podríamos calificar se jardín cerrado. Por supuesto su evolución natural es que se dedique a aquello que ha mamado desde pequeño, el espectáculo, con la particularidad de que es un hombre y los clientes empiezan a apreciarlo entre la fascinación y la curiosidad, en especial Amador, que reconoce haber perdido puro interés por todo hasta que le conoció. Esta nueva y floreciente relación se revelará esencial para un artista que empieza a temer que su esencia se diluya en el éxito, que su amor por el baile se corrompa ante la presión de las masas y que el nuevo mundo que parece abrirse ante él le cierre otras puertas de su personalidad. Porque Rosa, se vista de hombre o mujer según le apetezca, es Rosa, un hombre que se reconoce como tal pero elige expresarse en el escenario con un lenguaje femenino, que ama a quien le importa sin importar su sexo y que, aunque en más de una ocasión se siente frágil como una flor, tiene unas raíces más fuertes de lo que él mismo cree.
Cómic con sensibilidad a flor de piel ‘Rosa’ resulta una obra tan llamativa como fascinante. Un drama dulce que defiende el valor de la propia personalidad más allá de las convenciones sociales, de la amistad como sostén en los momentos difíciles y de la superación de la adversidad con tesón pero sin renunciar a la ayuda de los demás, como en el desgarrador pero esperanzador episodio en el que su madre le confiesa a Rosa como llegó a encontrarse al frente de el jardín.
‘Rosa’ es un cómic que va generando poco a poco empatía en el lector pero, aunque es más que posible que su mera sinopsis sea lo que nos anime a la lectura, su apartado visual conquista desde la primera página. Gaëlle Geniller, autora forjada en el arte de la animación (algo que se adivina solo viendo los exquisitos bocetos que cierran el volumen. Es más, Rosa inicialmente se concibió, como también descubrimos en este apartado, como un cortometraje) da un auténtico do de pecho con unos dibujos en los que el color prima sobre el trazo construyendo unas imágenes a golpe de contraste, del plano al estampado. El mimo con el que están diseñado los personajes y el cuidado con el que la autora selecciona una paleta de color fácilmente identificable con los estados de ánimo de su protagonista articulan unas viñetas de planificación engañosamente sencilla, y que logran crear un hermoso fresco de una época de hipnótico oropel en la que chocan la vivacidad urbana con un entorno rural en el que su protagonista parece encontrar parte de la tranquilidad que su alma necesita.
Una obra que conquista, cuyas páginas se apuran en un suspiro y que apoyándose en un escenario histórico de esos que dan mucho juego, consigue darnos una lectura contemporánea de esas que todavía resultan terriblemente necesarias. Su trama no solo se ancla en el peso sus valores éticos, sino que se reafirma como un guión con la suficiente entidad para conquistar a un lector ávido de historias originales. Bailarín, enamorado, angustiado o feliz, todas son facetas de un personaje que se esfuerza por mantener su integridad y disfrutar de todas las maravillas que el mundo puede ofrecerle. Pero de lo que no cabe duda es de que su esencia permanece igual de dulce.
Rosa
- Autores: Gaelle Geniller
- Editorial: La Cúpula
- Encuadernación: Rústica
- Páginas: 236 páginas
- Precio: 34 euros




