Ante la avalancha de cómics de zombis que estamos recibiendo últimamente, uno tiene que andar con mil ojos para que no le cuelen ningún truñazo aprovechando el tirón de nuestros malolientes amigos. Por suerte, este apogeo de los no-muertos también trae jamones de pata negra, como este cómic de Jerry Frissen, guionista belga afincado en Los Ángeles que también participa en la actualidad (con la misma acidez, pero menor acierto) en la serie Lucha Libre. Si la corona del reverso terrorífico de los zombis la sigue teniendo Robert Kirkman, Los zombis que se comieron el mundo ostenta la de su vertiente más gamberra y humorística.
La historia nos sitúa en la ciudad de Los Ángeles del año 2064. En este tiempo, los zombis no paran de levantarse de sus tumbas y ya son muchos más los que caminan entre los vivos que los que descansan bajo tierra. Ante la imposibilidad de exterminarlos a todos, el gobierno de la ciudad decide crear una ley por la cual todos los vivos tendrán que convivir, les guste o no, con sus muertos. Así, muchas familias se encontrarán con que, cuando pensaban que la muerte les había librado del abuelo pesado o la suegra pellejera, tendrán que seguir conviviendo con los despojos reanimados de sus odiados congéneres.
Que a nadie se le ocurra matar a un zombi o la ley caerá sobre él. Pero nada impide que muchas personas puedan librarse de ellos de una forma «extra-oficial». Entonces entran en juego nuestros protagonistas, Karl y Maggie Neard, que se encargan de esta clase de trabajillos sucios. No tardará en unirse a ellos el belga Freddy Merckx, personaje que Frissen aprovechará para reírse a gusto de su tierra natal.
A partir de esta peculiar premisa, Los zombis que se comieron el mundo despliega una serie de historias cortas repletas de humor negro, desmembramientos varios y mucha mala leche. Frissen despacha con ingenio y saña temas tan variados como el arte, la religión o el mundo del espectáculo. Pone también ante nuestros ojos personajes tan entrañables como la banda de punkarras zombis de estética ramoniana, el ex-presidente-chimpancé (¿adivináis cuál?) o la suegra que se sacude sus malas pulgas sobre un ring de lucha libre.
Las psicotrónicas historias que conforman los cuatro números que recopila este volumen son ya una buena excusa para leerlo. Pero en mi opinión, la guinda del cómic recae sobre sus chispeantes diálogos. Aquí va un ejemplo:
KARL: ¿Te has mirado ya el agujero del culo?
MAGGIE: ¿Eh? No… Eso es una idiotez… Además, no soy tan flexible.
KARL: Mamá te regaló un espejito. Podrías habértelo puesto entre las piernas y mirar. (…) Yo lo utilizo para mirarme el agujero del culo. ¿Cómo puedes vivir sin saber qué aspecto tiene?
MAGGIE: Ya sé qué aspecto tiene.
KARL: ¿Has visto alguno? ¿Cuál?
MAGGIE: No sé…
KARL: Y una mierda, si tienes la imagen de un agujero de culo en la cabeza, tienes que saber a quién pertenece.
MAGGIE: No. Puede que viera una foto, no lo sé…
KARL: ¿Miras ese tipo de fotos? Me pregunto dónde puedes haber visto una foto así. ¿Y cómo puede ser que no hayas tenido la curiosidad científica de mirar si tu agujero del culo es igual que el de la foto?
Por su parte, Guy Davis se encarga del dibujo con un estilo mucho más caricaturesco que el que empleó en su conocida labor para Sandman Mystery Theatre. Davis deja entrever una gran influencia del cómic europeo para plasmar las maquinaciones de Frissen, creando unos zombis que despiertan la carcajada, pero que no por ello dejan de resultar inquietantes.
Este tomo me ha dejado con ganas de más, así que espero que sus creadores vuelvan pronto al tajo. Y es que, si Simon Pegg recuperó para el cine la vena humorística y novedosa de este género tan manido con Shaun of the Dead, Frissen y Davis han hecho lo propio en el cómic. Aspirad profundamente, es el aroma de la muerte grabado en hojas de papel satinado.
Más información | Norma Editorial
Imagen | Guy Davis Art Works
1 comentario en «Los zombis que se comieron el mundo: delicioso humor negro»
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