‘La guardiana de las polillas’, entre la noche y el sol

Con Katie O’Neill, como suele decirse, «estamos regalados». No es para menos teniendo en cuenta que la autora neozelandesa es la responsable de habernos conquistado de manera contundente con su trilogía de dragones y té y, entre medio de esta, haber demostrado su capacidad para construir historias protagonizadas por personajes de esos que te capturan a poco que quieras darte cuenta gracias a una ternura, a un «cuquismo» irresistible —tenemos en mente, claro está, tanto ‘Bahía acuicornio‘ como ‘Érase una vez dos princesas‘— y a la clara intención de romper con esquemas tradicionales y contar, para ello, con protagonistas que no se dejen encajar en roles binarios. Todo eso vuelve a darse cita en ‘La guardiana de las polillas‘, un cuento enraizado en ciertas tradiciones del país kiwi que cuenta la historia de Anya, una joven que se debate entre la responsabilidad que está a punto de asumir como protectora de unas polillas que son fundamentales para la supervivencia de su pueblo y su ardiente deseo de saber qué se siente al vivir bajo la luz del sol.

Quizá sea este el trabajo más personal que le hemos leído a O’Neill —y eso es mucho decir considerando que esa era una virtud que podríamos haber apuntado en cualquiera de sus tebeos anteriores— y, a la par, el que más intenta esquivar la lectura directa de sus intenciones, disponiendo el mensaje de ruptura con lo establecido y libertad en la elección de nuestro género bajo el manto de la metáfora que se establece con la aldea de noche y la aldea de día. No es que eso importe en exceso para un lector veterano que sepa interpretar más allá de la capa superficial, pero creemos que ese mensaje tan fundamental en lo que las nuevas generaciones necesitan para establecer con firmeza su carácter futuro, quedaba mejor expuesto en la terna de los dragones o, más aún, en la historia de las dos princesas. ¿Afecta dicho talante huidizo al resultado? Para nada. ‘La guardiana de las polillas’ sigue conservando, incólume, aquello que hace tan especial y singular a cualquier título de la artista, incluyendo, por supuesto, un dibujo que, aquí más que en ningún otro de sus anteriores volúmenes, se acerca sobremanera a los postulados gráficos de Ghibli. Por esto último, nada más, merecería nuestra atención más indefectible. Afortunadamente, lo que podréis encontrar en este precioso volumen publicado con mimo por La Cúpula, es mucho más.