Alberto Breccia era un GENIO. De eso, a estas alturas, poca duda puede caber. Y como tal, gustaba de experimentar con el medio al que llevo a cotas inimaginables ya fuera en compañía de alguno de esos guionistas que supo ver las ínfimas limitaciones de su compañero de fatigas y daba rienda suelta al artista para que hiciera lo que le viniera en gana —¿alguien ha dicho Oesterheld y ‘Mort Cinder’?—, ya en una vertiente en solitario en la que, si cabe de manera más acusada, esa rienda suelta se desbocaba y tomaba forma en proyectos como este ‘¿Drácula, Dracul, Vlad?¡Bah…!‘, un tebeo sin ni una sola línea de diálogo que, sujeto a la expresividad suma del trazo y el color del argentino, es una gozada de principio a fin. Breve, por supuesto, pero GOZADA a fin de cuentas.
Breve porque, al carecer por completo de diálogos —¿a qué si no iba a venir el titular de la entrada?—, por mucho que nos detengamos en cada página —y os vais a detener, digo si os vais a detener—el tiempo que invertimos en cada una es considerablemente menor que el que echaríamos de estar estas plagadas de bocadillos y textos de apoyo. Una obviedad lo sé, pero una obviedad que hay que apuntar porque, cuidado, todo lo que este álbum de divertido título no tiene de texto, lo atesora en una carga de fondo de mucha envergadura. Cualquiera que alguna vez se haya acercado a un tebeo firmado por Breccia sabe de sobra que el artista no daba puntada sin hilo, y las puntadas que da aquí son de un cinismo, una acidez, una elocuencia y un sentido del humor tirando a negro que dejarse llevar por las planchas y, en nuestra cabeza, añadir potenciales cruces de palabras entre los personajes que por ellas se pasean es algo casi inevitable.
Ahora bien, si no llegáis a ese punto en que la imaginación se os dispara, no temáis, que Breccia se las arregla el solito para, demostrando hasta qué punto controlaba los mecanismos del noveno arte, narrar pequeñas historias autocontenidas en las que todo está dispuesto para que entendamos, al menos, el primer plano de las mismas. Y ahí entra de nuevo eso de que «Breccia no daba puntada sin hilo» ya que, como siempre pasaba con el argentino, lo que subyace por debajo de lo evidente es lo que realmente empieza a suscitar nuestra mayor admiración: ni una sola de las píldoras cargadas de dulce veneno que aquí nos dejó el maestro está exenta de una doble o triple lectura y el sacarlas, eso sí, dependerá sobremanera de nuestro bagaje, no ya tebeístico, sino histórico y social con respecto a la convulsa época por la que hubo de transitar el autor. Ahí vuelve a ser imprescindible el texto introductor de Álvaro Pons para contextualizar, sin destripar, aquello que puede completar nuestra interpretación de lo que Breccia pone en juego pero os invito a que, en lugar de dar cuenta de él antes de la lectura, lo hagáis después y, armados con el doble conocimiento, volváis a pasear vuestra mirada por las páginas que nos presenta ECC. Os aseguro que el resultado os sorprenderá.
¿Drácula, Dracul, Vlad? ¡Bah…!
- Autores: Alberto Breccia
- Editorial: ECC Ediciones
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 120 páginas
- Precio: 20 euros