'Doncella', por encima de las imposiciones sociales

No hay duda al asomarse a las páginas que Florence Dupré La Tour cuaja para ‘Doncella‘: la más atronadora cualidad que gastan las planchas de esta novela gráfica autobiográfica es su exacerbada expresividad. Una expresividad que dimana de decisiones que huyen de lo «estandar» por parte de la artista y que pasan por el particular uso del color que hace el trabajo de la autora francesa —caracterizada por su uso del rosa y las connotaciones nada tradicionales que se añaden a este color, asociado siempre con el género femenino—; por la completa ausencia de una estructura de viñetas al uso, dando cada plancha completa libertad a Dupré La Tour para narrar de manera libérrima, muy al uso de Christophe Blain, por tirar de un compatriota suyo; pero, sobre todo, por el trazo y las decisiones de caracterización de personajes que hace la creadora al mirar a su pasado y a su familia: simplificados y caricaturizados al máximo, tanto que sus rostros son un par de trazos continuos, el talante algo naïf de los «personajes» de ‘Doncella’ no es traba para que todos ellos hagan, insistimos en el concepto de más arriba, de una expresividad suma, recurriendo aquella que los dibuja a exageraciones propias de la animación más exagerada, ya tengamos en la cabeza patrones a lo Tex Avery/Loony Tunes, ya consideremos influencias como las del mundo nipón.

Sea como fuere, el resultado de todo lo anterior es una lectura inquieta, variada, tremendamente cautivadora que se las apaña para conectar casi de manera inmediata con el lector, sea por la «simplicidad» de sus planteamientos gráficos, sea, quizá con mayor intensidad si cabe, por la fuerza de la honestidad con la que Dupré La Tour reflexiona, sin tapujos ni tabúes, sobre el tránsito de la infancia hacia la adolescencia y lo que eso supuso, no ya siendo mujer, que también, claro, sino lo que trajo consigo en el seno de una familia con un padre siempre extraño y distante y una madre con una inteligencia emocional considerablemente limitada: aunque sus experiencias disten considerablemente de lo que por género, edad y crianza este redactor podría considerar como propio, la instantánea empatía que despierta ‘Doncella’ es el máximo y más sonoro garante de que su mensaje de libertad, ora soterrado por otras consideraciones, otra gritado a los cuatro vientos, impacte en nuestros sentidos con una fuerza que, en ocasiones, se vuelve descomunal. No hasta el punto de dejarnos noqueados, pero sí hasta extremos que, dependiendo de nuestro bagaje, nos harán replantearnos ciertas máximas y algunas de esas verdades que, en función de la edad, tomamos como inmutables e inamovibles.

Y todo ello, como digo, desde la cercanía o la lejanía que supone el relato de una niña criada a caballo entre Sudamérica y Francia en el seno de una familia católica —católica-apostólica-romana, como solemos decir en nuestro país para, no sin cierta sorna, refererirnos a aquellos que llevan la religión hasta extremos irracionales—, y de cómo experimenta el «hacerse mujer», asume los cambios físicos y psicológicos asociados al desarrollo —y a esa temida primera menstruación— y lidia con un entorno hostil, cargado de mensajes que tiran de ella en direcciones muy dispares y la obligan a hallar un YO perdido entre un mar de inseguridades. Que bajo esta perspectiva, tan alejada de la de un hombre, caigamos rendidos ante el incuestionable talento de Florence Dupré La Tour es prueba más que suficiente de lo muy imprescindible que puede llegar a resultar la lectura de ‘Doncella’.