
Soy el primero que valora sobremanera aquellas historias que reta su inteligencia, esas que no se atienen a ofrecer argumentos refritos protagonizados por arquetipos trillados, que no se dejan leer a distancia y que, al finalizar, han conseguido instilar un regusto inigualable en nuestro paladar lector. Pero, dicho esto, también soy de esos que sabe apreciar la fina línea que separa a este tipo de relatos de aquellos que juegan a ser inaprensibles, que se pasan de frenada en lo obscuro de su planteamiento o en lo ininteligible de su discurso, echando mano muchas veces de rebuscados referentes que sólo unos pocos iluminados conocen y a los que el «pueblo llano» difícilmente podría tener acceso. Cuando me encuentro con títulos como esos, que necesitarían de más de dos o tres lecturas para comenzar a desvelar su mensaje e intenciones, no puedo evitar dejarme envolver por cierta rabia e indignación, no porque sienta que mi inteligencia no es capaz de abarcar el discurso de lo que se me quiere contar, sino porque creo que dicho discurso está planteado de tal manera que parece querer afirmar «estoy por encima de tus posibilidades».
Tanto es el rechazo que me provocan ese tipo de lecturas que, a lo largo de los años, he ido evitando hablar de ellas en esta página cuando alguna se ha cruzado en mi camino y, en lugar de llenar una reseña con eufemismos huidizos y vagas reflexiones acerca de dicho título, he preferido no escribir sobre él. Pero ese tiempo se ha acabado. Y lo ha hecho por diferentes razones. Primero, porque creo que una web que sólo se alimenta de loas de mayor o menor calado hacia los productos que reseña termina viendo erosionada, con el tiempo, su credibilidad. Segundo porque, y eso es algo que siempre he intentado llevar a rajatabla, Fancueva se debe al compromiso oficioso suscrito con todas las editoriales que colaboran con nosotros mes a mes desde hace ocho años. Y tercero y último porque he llegado a un punto en el que considero que, desde el respeto y la honestidad, se puede tratar cualquier asunto por muy violento que éste pueda parecer a priori. Y el respeto que sentimos aquí por el acto creativo sólo ha ido en aumento conforme el paso de los años.
Eso nos lleva a ‘Celestia‘. A priori, como creo haber comentado en incontables ocasiones, cualquier historia de ciencia-ficción cuenta con mis simpatías más abiertas. No en vano, estamos hablando de uno de mis tres géneros favoritos junto con la fantasía y el western y siempre que me enfrento a un relato de ciencia-ficción lo hago esperando lo mejor del mismo. Dicho esto, creo que Manuele Fior plantea ideas muy interesantes en este su nuevo trabajo, pero muchas de ellas quedan sepultadas por la clara intención del artista de infusionar sus páginas con un halo diferenciador que, al menos en lo que a este redactor respecta, saca al lector a empellones de manera temprana de este mundo post-apocalíptico en el que los dos protagonistas intentan sobrevivir.
Consideradas de manera aislada, tanto la premisa que se encuentra detrás de la construcción del lore, como conceptos interesantes relacionados con la isla de niños que en un momento dado visitan nuestros héroes o la forma en la que esta futura versión de nuestra especie ha desarrollado habilidades mentales son muy atractivos, pero el conjunto que las envuelve, al menos en términos de historia, divaga mucho, marea la perdiz demasiado y termina quedando completamente deslavazado por la falta de un sitio concreto al que llegar. Y fijaos que digo «en términos de historia» y no en lo que alude a una labor gráfica fascinante —la paleta de colores de Fior es alucinante— que, lástima, queda lastrada por lo especialmente intrincado y francamente huidizo de un desarrollo argumental que ni logra conectar ni arriba a buen puerto.
Celestia
- Autores: Manuele Fior
- Editorial: Salamandra Graphic
- Encuadernación: Rústica con solapas
- Páginas: 272 páginas
- Precio: 25 euros




