Como tantos, soy uno de esos lectores que quedaron atrapados en el universo de Mike Mignola. He seguido con fervor su carrera desde sus inicios y viendo cómo con el tiempo ha ido depurando su trazo, haciendo del contraste una virtud y su auténtico sello. Nadie dibuja la oscuridad como lo hace Mignola. Su serie ‘Hellboy’ me apasionó porque, desde el principio, otorga a nuestro autor la capacidad de desplegar un universo visual muy querido para él: todo un mundo de tinieblas y seres legendarios, casi todos de tradiciones folclóricas, que ha sabido insertar muy bien en su obra. He de reconocer que Hellboy me ganó, sí, pero fue en un principio un amor a primera vista del cual me desengañé en parte por sus guiones. Pero sin duda fue porque estaba en un momento de mi vida como lector en que no podía entederlos en toda su concepción. ‘Hellboy’ es, eminentemente, literatura pulp, y cuando uno entiende esto (o, como yo, lo hace, después de haber mascado auténtica literatura pulp, como la de Robert E. Howard), disfruta mucho más de la serie. Máxime cuando Mignola fue retirándose progresivamente de sus personajes en cuanto a dibujo y dejando el testigo a otros que capturaran su visión estética.
En ‘AIDP’, Mignola nos presenta una secuela de Hellboy: se trata de las aventuras del resto de integrantes de la Brigada en la que trabaja nuestro Cuernitos, pero sin él. Desde un principio, Mignola tuvo esta intención de delegar los lápices en otros dibujantes. Algunos, como Ryan Sook en el primer tomo ‘Las tierras huecas’, siguen milimétricamente el estilo de nuestro autor, hasta el punto de que un lector un poco despistado los confundiría. En posteriores entregas (‘El alma de Venecia’ o ‘Una plaga de ranas’), Mignola deja ya el campo para que dibujantes como Michael Avon Oeming (que también intenta mimetizar el estilo del creador de la obra), Guy Davis o Cameron Stewart (‘Sin título’), entre otros, se apropien de los personajes, cada uno desde su estilo y con suertes diferentes.
Así, el espíritu pulp de ‘Hellboy’ permanece inmutable en ‘AIDP’, consiguiendo lo que el autor buscaba, esto es, cimentar y expandir el universo en el que se mueven los personajes, aunque ha de reconocerse que en algunas historias cortas (como la de ‘Hay algo bajo la cama’ de Joe Harris y Adam Pollina). Mención aparte parece merecer Guy Davis, dibujante que ya habíamos visto en ‘Sandman Mistery Theatre’ y que posiblemente en esta serie capturase la atención de Mignola a la hora de recrear cualquier tipo de atmósfera, especialmente las de época. Davis es uno de los dibujantes que se convierten en regulares en ‘AIDP’ y suyos son los lápices íntegros de la saga larga ‘Una plaga de ranas’, una historia que conecta con la primerísima historia de Hellboy y que, de paso, arroja algo de luz (una luz difusa, con todo) sobre el origen de Abe Sapien. En ‘Una plaga de ranas’ se plasma la preocupación de Mignola por atar de forma coherente ese mundo que ha creado, tramando lo que ya conocemos con las nuevas revelaciones de una forma inteligente. Una vez más, aunque no estén las infinitas capas de negro de Mignola, lo mejor de esta historia es su capacidad de ambientación, y, además su ágil ritmo marcado por grandes y espectaculares viñetas que nos llevan desde tétricos cementerios con esqueletos fosforescentes a simas abisales habitadas por ignotos seres primigenios. Mignola ha tenido siempre una gran deuda (y él nunca lo ha ocultado) con la narrativa de H.P. Lovecraft y en ‘Una plaga de ranas’ vuelve a demostrarlo con sectas extrañas y dioses malignos que esperan el momento para volver a dominar el planeta.
Norma, siguiendo el ejemplo de ‘Hellboy’, ha terminado reeditando ‘AIDP’ en unos voluminosos y lujosos tomos integrales que son una excelente forma de conservar unos cómic que, aunque no estén tocados por la magia visual de Mignola, sí conservan todo su espíritu. Es un placer dejarse llevar a este universo de tinieblas, lleno de fantasmas y monstruos de la mano de una extravagante patrulla en la que podemos confiar para que nos salven.