52 ha sido una serie semanal disfrutable al cien por cien. Aun con sus momentos de bajón y sus semanas que avanzaban bien poco, lo cierto es que el resultado final es un muy notable cómic de superhéroes. Además, debería servir para que las dos grandes, DC y Marvel, se diesen cuenta de que hay muchos personajes abandonados por el camino a los que se les puede sacar su jugo y no tener que estar explotando constantemente a otros (Lobezno, por Dios, muérete un rato largo, a ver si dejas de salir en todos los cómics de Marvel).
Claro que para eso hay que tener un guión solvente y un dibujo que cumpla. Parece fácil decirlo, pero no tanto hacerlo. La prueba es que 52: La Tercera Guerra Mundial, miniserie surgida en la semana 50 de la principal, baja y mucho el listón en ambos aspectos. La culpa ha de achacarse a las prisas, sí, pero también a lo extraño de la idea.
Porque 52: La Tercera Guerra Mundial fue pensada cuando los editores de DC se dieron cuenta de que 52 había tomado un camino algo distinto al que ellos pretendían. En la serie principal no se estaba contando casi nada del año que pasaba entre Crisis Infinita y Un año después, de manera que 52 iba a terminar dejando muchas cosas en el aire.
Pero, claro, lo que no has hecho en 50 comics semanales, no pretendas hacerlo en cuatro. Porque las explicaciones que Keith Champagne y John Ostrander nos tratan de vender sobre el Detective Marciano, Aquaman, Batgirl, Jason Todd, Supergirl, Firestorm o los Jóvenes Titanes son tan apresuradas (¿Donna Troy llega a salir en algo más que en la portada?) y están realizadas de manera tan esquemática que, al final, nos quedamos igual que estábamos antes de leer este cómic.
Por si fuera poco, 52: La Tercera Guerra Mundial es un relato aburrido, sin puntos de tensión a los que agarrarse, muy convencional en su aspecto gráfico y que no aporta nada a la serie principal. De hecho, puede no leerse y te seguirás quedando igual. O mejor, porque no habrás malgastado diez euros en un tebeo de esos que ya estás olvidando según los lees.