En esta época de homoerotismo vampiril, es de agradecer una historia del género en el que los nosferatus sean terroríficos, primarios e infundan respeto. Así es ‘30 días de noche: Más allá de Barrow’, con guión de Steve Niles y arte de Bill Sienkiewicz.
La saga de ’30 días de noche’ siempre se ha caracterizado por un estilo de dibujo bastante “a lo Sienkiewicz”, que uno de mis compañeros (que mantendré en el anonimato para evitar represalias) ha definido como “él no entinta: se sube a una escalera y desde allí rellena el dibujo”. Parece como si Bill hubiera dicho “ya que me estáis copiando mi influencia es clara, dejadme sitio que ya me encargo yo”. El resultado es interesante, cuanto menos.
Los vampiros de Niles son tan inquietantes como la atmósfera que rodea la remota población de Barrow, Alaska. Allí, durante 30 días al año ni siquiera el Sol se atreve a dar la cara, y los Annuar Amarok, los vampiros originales, reclaman el helado territorio al amparo de la oscuridad. Me ha quedado superpedante, lo sé, pero hay que meterse en situación.
En ‘Más allá de Barrow’ conocemos a Richard Denning, el típico multimillonario que tras conquistarlo todo en el mundo empresarial, decide enfrentarse a retos más inasequibles. Hay quien escala el Everest, bien con éxito, bien terminando sus días como estatua helada en homenaje a la estupidez humana. Denning no es muy de alturas, pero no cabe duda que listo, lo que es listo, tampoco es. Así que organiza una expedición para enfrentarse a los terrores que rodean Barrow.