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El país de las últimas cosas, de Paul Auster

El país de las últimas cosas, Paul AusterHablábamos ayer de las novelas slipstream. Pues bien, El país de las últimas cosas es una de las mejores que podemos encontrar en esa corriente y una de las pocas de la obra de Paul Auster que podrían encajar en la ciencia ficción. Porque aunque el escritor siempre se ha movido bien en los límites del surrealismo, casi ninguno de sus relatos afronta como éste la posibilidad de un futuro en forma de pesadilla.

En El país de las últimas cosas, el neoyorquino narra la historia de Anna Blume, una recién llegada a un país nunca identificado (pero que puede ser EEUU) que va en busca de su hermano en medio de un mundo que se derrumba. Y no es una metáfora: todo se está yendo a pique, lo material ha dejado de funcionar y, misteriosamente, las cosas desaparecen sin dejar rastro. En palabras de la narradora, «se desmoronan o desaparecen y no se crea nada nuevo«.

Auster, que no está nada satisfecho de esta obra, consigue en apenas tres páginas meter al lector en una civilización que se descompone. No necesita más, porque luego, página a página, la vida diaria de Anna entre el caos va ganando terreno y aparece, una vez más, el escritor que disecciona con mayor talento algunas de las miserias del ser humano.

Paul Auster

Es curioso que, a medida que la protagonista se va adaptando a un mundo en el que nadie sabe por qué, la situación de su alrededor se va haciendo más desesperada. En un contraste brutal, Anna se conforma con seguir viviendo y es feliz ejerciendo labores en las que antes nunca había pensado (ser trapera, por ejemplo) mientras que, poco a poco, la vida real se va vaciando de significado. Sin las costumbres diarias asumidas como algo que viene dado, sin cosas tan básicas como las tiendas, los servicios públicos o hasta las palabras, el mundo se convierte en un lugar brutal, lleno de personajes egoístas y casi en un teatro del absurdo.

Auster va desnudando las capas de la sociedad sin explicar el misterio y planteando más preguntas que respuestas. Hace, además, un alegato escondido pero muy sincero contra el individualismo, el propio interés. Cada vez que uno de los personajes que aparece en la novela toma la ruta egoísta, el mundo se descompone aún más.


(Un vídeo creado por un aficionado como apertura a la novela)

Pese a ciertos matices discutibles (el artificio de que Anna va escribiendo la novela a lápiz en papeles viejos, pues éstos no desaparecen), Paul Auster vuelve a ser un narrador absorbente, sin ratos muertos, sin párrafos vacíos y tremendamente emocional. Diga lo que diga su propio autor, El país de las últimas cosas es una novela imprescindible.

Éstas son las últimas cosas –escribía ella–. Desaparecen una a una y no vuelven nunca más. Puedo hablarte de las que yo he visto, de las que ya no existen; pero dudo que haya tiempo para ello. Ahora todo ocurre tan rápidamente que no puedo seguir el ritmo

Uno casi podría tomarse este carismático párrafo de la novela como un aviso: hoy vivimos en tiempos tan rápidos en los que tampoco se puede seguir el ritmo. ¿Comenzará el mundo a desaparecer en breve?

Vídeo | Youtube

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