No sé vosotros, pero cada vez que comienzo a planificar un viaje, sea dónde sea, lo hago teniendo en cuenta que al menos una mañana o una tarde de los días que estemos en el destino elegido será invertida en visitar las tiendas de cómics —si las hay, claro— de dicho lugar, especialmente si éste se encuentra en algún país extranjero con cierto recorrido en el noveno arte. Fue así la primera vez que estuve en Londres —tres o cuatro fueron las horas que gasté sólo en el Forbidden Planet de Oxford Street—. Fue así la primera vez que estuve en Roma, con resultados frustrantes, debería añadir. Fue así la primera vez que estuve en Nueva York hasta el punto que de tanto visitar Midtown Comics tuve que comprar una maleta adicional para traerme todo lo que allí adquirí. Y fue así, qué duda cabe, la primera vez que estuve en París y, para disgusto de mi esposa, pasé la primera tarde de nuestra luna de miel en cierto cruce del barrio latino.
Y si era una sensación que ya me había llevado de Londres y que me llevaría años después de la Gran Manzana, fue en París donde fui consciente por primera vez del largo recorrido que le quedaba al mundo editorial español para siquiera llegar a rozar el nivel al que se mueve éste en el país vecino. No ya por la gargantuesca cantidad de títulos que cada mes inundan las estanterías de las tiendas especializadas —o de la FNAC para el caso, que la zona dedicada a tebeos en la tienda de los Campos Elíseos era para caerse de espaldas—, sino por lo mucho que las casas francesas cuidan la vertiente coleccionista de esta afición, publicando asombrosas ediciones de lujo y material que, de forma paralela a las viñetas propiamente dichas, son auténticos cantos de sirena imposibles de resistir para todo aquél que sienta pasión por este medio.
Supongo que aquí colegiréis conmigo en que en esto de leer cómics, llegado el momento, comienzan a aparecer los típicos síntomas del «síndrome del coleccionista», esos que te «obligan» a adquirirlo todo de este o aquel autor, que provocan que termines con varias ediciones del mismo material por aquello del «completismo» y que te «empujan» a mirar con ojos tiernos figuras, bustos, merchandising y, por supuesto, si sabes de su existencia y el idioma no es una barrera, esos «fermosos» libros que los francobelgas publican con tanta facilidad y que cubren de forma muy visual la trayectoria de un artista en concreto. ‘Vectorama’, qué duda cabe, es uno de esos libros; y servidor lo habría adquirido a ciegas cuando lo vi por Amazon hace unos meses si no hubiera sido porque mi francés está algo oxidado —estoy en pleno proceso de reciclaje…temed, álbumes europeos— y, sobre todo, porque sabía que Dib-buks se disponía a sacarlo en un momento indefinido del último trimestre del año.
Esperando pues a que la editorial madrileña hiciera su trabajo, lo primero que hay que afirmar acerca de éste se podría cubrir con muchas interjecciones de asombro —como la que utilicé hace unos días cuando revisamos el primer integral del Spirou de Franquin— pero resumámoslas en que el artbook dedicado a la carrera de Arthur De Pins es tanto una compra OBLIGADA para los fieles seguidores del artista francés —entre los que me cuento, huelga decir— como para los que, bien no lo conozcan, bien se acercaran en su momento a ‘Pecados Veniales’ y no hayan leído nada más del autor: quizás su precio pueda ser un argumento a utilizar en contra, pero os puedo asegurar que cuando tenéis el libro entre las manos y comenzáis a pasar las páginas, se os olvida muy pronto el desembolso de dinero por lo apabullante de lo que aquí se nos ofrece.
Ésto no es otra cosa que un recorrido intenso a través de seis capítulos temáticos —personajes, clubbers, cangrejos, chicks, humanos y freaks— en los que De Pins va englobando, bien su apmlísima carrera como ilustrador para publicidad, bien el frustrado proyecto de llevar a cabo una película de animación sobre crustáceos que terminó convirtiéndose en los tres volúmenes de ‘La marcha del cangrejo’ publicados por Dib-buks, bien las voluptuosas hembras de la citada ‘Pecados veniales’ o, cómo no, el doble trabajo de cómic y cine que es ‘Zombillenium’.
Derivado su título de la forma mayoritaria de generar dibujos utilizada por De Pins —a través del trazo vectorial de Adobe Illustrator— sorprenden mucho los pocos instantes en los que por las páginas de ‘Vectorama’ asoman otras disciplinas pictóricas como el lápiz o la acuarela, instantes éstos en los que uno no puede sino maravillarse por la singular belleza que exudan tamañas rarezas. Una cualidad ésta, la de belleza, que arropa a las más de doscientas páginas y que termina provocando que, si ya lamentábamos que el artista abandonara el mundo de la viñeta en favor del séptimo arte, lo hagamos con más intensidad si cabe por lo que la narrativa secuencial se está perdiendo debido a tan lamentable decisión. Esperemos que De Pins se replantee en algún momento del futuro el volver por sus antiguos fueros y que las alocadas féminas de ‘Pecados Veniales’ vuelvan a encontrar su sitio en la página impresa. Y si no…siempre nos quedará la relectura, ¿no?
Vectorama
- Autores: Arthur De Pins
- Editorial: Dib-buks
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 224 páginas
- Precio: 38 euros en