'The Magic Order 3', ni truco ni trato, sólo genialidad

Con dos volúmenes previos que nos encandilaron y que, creemos, están a la altura de lo mejor que haya escrito Mark Millar durante su muy prolífica trayectoria —sobre todo considerando que se nos antojó a priori como una forma burda de aprovechar el tirón de Harry Potter y se desveló, a la postre, como una soberbia historia de traiciones familiares y luchas de poder planetarias que ríase usted de lo escrito por la Rowling—. Y con una segunda parte que, como contamos a comienzos de año, nos pareció incluso mejor que la primera…y eso que era muy difícil superar la sorpresa que ésta había provocado en nosotros; no es complicado asumir nuestras reticencias a creer que el escocés fuera a saber superarse en este tercer compás del cuarteto compuesto por la saga de los Moonstone. Y, de hecho, siendo muy francos, no lo hace. Así, sin paños calientes. Eso sí, es esta una afirmación que hay que matizar porque, en realidad, si ‘The Magic Order 3’ se siente unos peldaños por debajo de sus predecesoras, es debido a la elección del dibujante y no a lo que Millar respecta: y es que, aunque terminamos acostumbrándonos a su trazo suelto y la parquedad con la que define a los personajes —al menos en comparación con Olivier Coipel o, aun más, Stuart Immonen—, lo que Gigi Cavenago cuaja en este volumen se queda a mucha distancia de la inmensa grandeza que atesoraban los dos dibujantes previos, y eso es algo que, como supondréis, pasa factura en la valoración global por mucho que, como decimos, lo que hilvana Millar siga siendo tan apasionante como original y, sobre todo, sorprendente.

Porque si hay algo que no cesa de maravillarnos de ‘The Magic Order’ es que, al margen del discurrir de las muchas líneas argumentales que Millar ha ido madurando desde el primer volumen, se las siga apañando —y este tomo es quizás la mejor muestra de ello— para dejarnos boquiabiertos con esos giros de guión que, a estas alturas, casi cabría decir que son propiedad intelectual suya. De hecho, como vehículo de transición que es hacia el cuarto y último volumen de la cabecera —que, os adelantamos ya, funciona a todo trapo y cuenta con un Ike Ruan a los lápices que es de impresión—, lo que aquí mejor trabaja el guionista son los golpes de efecto sin resolución, ideas que nos dejan con la mandíbula por los suelos y que hacen la espera a lo que está por venir un auténtico calvario. No puedo ser más específico por razones obvias, pero la inclusión de una fémina de armas tomar y el regreso de otra que no os vais a ver venir son parte fundamental de una trama que es todo un dechado de virtudes y que sigue confirmando la buena forma del escritor. ¡¡Que siga así por mucho tiempo!!