'Santa Familia', a quienes no elegimos

Es una frase muy manida el que » a los amigos se les escoge, a la familia, no». Pero por muy abusada que esté, es esta una de esas verdades tan obvias como inevitables de nuestro día a día: lidiar con los amigos puede tener sus dificultades, pero si las cosas se tuercen, se les manda a tomar viento fresco y si te he visto no me acuerdo. Según la familia que te haya tocado en suerte, conseguir dejarla atrás porque sea uno de esos elementos tóxicos que hay que eliminar de nuestra existencia, puede convertirse en un tortuoso proceso que, probablemente, no tenga una solución satisfactoria ni rápida. Sin cargar mucho las tintas en convertirlos en seres desagradables hasta el punto que los detestemos, pero sí lo suficiente como para que se genere una rápida empatía con Nora, la adolescente protagonista, lo que Eider Rodríguez y Julen Ribas nos cuentan en ‘Santa familia‘ podría ser, salvo por las concesiones dramáticas propias de un relato de ficción, una historia sacada de cualquier portal, en cualquier edificio de una ciudad cualquiera.

Los esfuerzos de Rodríguez para con el guión de ‘Santa familia’ se dan a una doble vertiente perfectamente hilvanada que, mientras de una parte describe pasado y presente de la relación de los padres de Nora y traza ciertas explicaciones acerca de su comportamiento para con su única hija, de la otra centra todo el foco en la joven, en sus anhelos y en el muro infranqueable que, para conseguirlos, supone una madre castrante, ajena a las necesidades de su vástago y completamente histriónica en sus modos. Vamos, lo dicho, que seguro que no tenéis que calentaros mucho la cabeza para dar con algún ejemplo real que se ciña al esquema que estamos dibujando.

Afortunadamente, Rodríguez consigue destilar maná de tan trillado esquema y la manera en que se articulan las piezas del relato, con esos flashbacks y la alternancia entre uno y otro foco, consigue que la lectura de ‘Santa familia’ se haga tan rápida como intensa. Huelga decir, a la vista de la magnífica portada del álbum —o de las páginas que podéis ver en la web de Grafito— que lo que Julen Ribas concreta no se queda ni un paso por detrás de lo que su compañero logra, y la afabilidad de su trazo, lo maravilloso y expresivo de sus personajes y lo aún más maravilloso y expresivo de sus aguadas logran rubricar un carácter de obligatoriedad para esta genial lectura que, huelga decir, os recomendamos encarecidamente.