‘Roy & Al’, animaladas

Mientras otros autores exploran posibilidades que suponen salirse de su nicho de comodidad y se arriesgan con propuestas que amplían sus horizontes artísticos, Ralf König sigue, después de tantos años y tantas obras, a su rollo. Y, cuidado, que no le critico. A fin de cuentas, cuando uno tiene una trayectoria como la del alemán, plagada de títulos orientados al mundo homosexual, termina teniendo una base fan muy sólida que exige, como pasa con cualquier base fan, cuanto más de lo «mismo», mejor. Afortunadamente, König sabe cómo no repetirse al pie de la letra, y aunque a la vista de los últimos años no sería exagerado afirmar que sus mejores trabajos —’El condón asesino‘, ‘El hombre deseado’— están en su pasado, eso no quita para que seguir asomándose a sus nuevas propuestas no traiga siempre risas y expresiones de asombro ante las burradas que se le ocurren.

La última, que La Cúpula nos propone en este volumen titulado ‘Roy & Al‘, es combinar historietas de parejas gay dejando que la voz cantante del asunto la lleven sus animales de compañía: un terrier blanco con mucho pedigrí y un chucho callejero al que le encanta, entre otras cosas, oler culos. Los propietarios de ambos mantienen una relación abiertamente homosexual, y eso es algo que no parece casar con la refinada cuna de Roy mientras que a Al le importa un pimiento y, es más, le pone lo suficientemente cachondo como para tirarle los tejos a la hiperactiva y algo drama queen bola blanca que es su compañero de fatigas.

Desenfadado hasta decir basta y garantizando risas página sí, página también, es ‘Roy & Al’ uno de esos títulos de König llamado a satisfacer a sus muchos seguidores por más que no ofrezca nada despampanantemente nuevo ni en términos de historia —salvo por la inclusión de los animales, todo suena a ya leído en títulos anteriores de su tebeografía— ni, por supuesto, en el muy característico dibujo y planteamiento gráfico del teutón. Pero, lo dicho, lo que en otros podría ser —y es— un enorme y abultado defecto, en König es una virtud, quizá no desmesurada y glamurosa, pero una virtud a fin de cuentas.