Creo que, a estas alturas, sería una estupidez poner en tela de juicio que, dentro de la vasta oferta de aventuras que se han escrito a lo largo de las décadas acerca del hombre murciélago, una de las que mayor relevancia comporta y cuya vigencia, con reinicios o sin ellos queda fuera de toda duda, es ‘Batman: Año Uno’: el trabajo de Frank Miller y David Mazzuchelli, imitado hasta la saciedad, contemplado por muchos como instante seminal y por otros como insuperable ejemplo de la maestría de dos artistas en una de las cimas de sus respectivas trayectorias, no ha perdido lustre con el paso de las décadas; antes bien, si algo han demostrado los más de treinta años que han discurrido desde su publicación original es que lo planteado por aquel entonces ha conocido pocos iguales.
Y, claro está, si por algo son conocidos nuestros amigos de DC —aunque más que los chicos de la editorial cabría afirmar que los yanquis en general— es por aprovechar hasta el mínimo resquicio de oportunidad para asegurar las ventas de un producto apoyándose en pretéritos éxitos. No me cabe duda de que, al menos en parte, ese fue uno de los motivos que llevó a la casa de Superman y Batman a, nada más dar comienzo la década, ofrecer a sus lectores esta mirada hacia atrás en el tiempo, a un momento en que Dick Grayson comenzaba a portar el manto de Robin tras haber perdido a sus padres y haber sido adoptado por Bruce Wayne y convertido, no sólo en su pupilo, sino en su compañero de hazañas nocturnas.
Siguiendo asimismo la estela que habían dejado dos o tres años ante proyectos como las espléndidas maxiseries ‘El largo Halloween’ o ‘Victoria Oscura’, ‘Robin. Año Uno’ se centra en narrar lo que podría ser un período de doce meses de la vida de Grayson y de los altibajos que en la existencia del chaval comportará tener que vérselas tanto con el colegio, como con algunos de los villanos recurrentes de la galería de su mentor y padre adoptivo. Con la figura de Batman en segundo plano, el trabajo que efectúan Chuck Dixon y Scott Beatty, dos artesanos del mundillo, es tan impoluto como carente de garra en ciertos instantes en que se cargan demasiado las tintas en unos diálogos que parecen tan impostados como innecesarios.
Afortunadamente, éstos son los menos, y la sensación que desprende la lectura en términos generales es la misma que impregna la personalidad despreocupada, alegre y vivaz de Robin. Una personalidad que también queda puesta de manifiesto en el trazo sencillo de los geniales Javier Pulido y Marcos Martín. Nuestros artistas, con un estilo muchas veces indiscernible —tanto que, resulta complicado saber quién es el artífice de qué páginas—, conjugan con maestría esa aparente simplicidad que les ha permitido hacerse un hueco en el abotargado panorama estadounidense con el consumado talento narrativo que ambos poseen, dando como resultado unas páginas espléndidas, llenas de brío y agilidad que, en conjunción con el guión, dejan una sensación muy agradable en el lector que a ellas se acerque. Poco más puede exigírsele a un tebeo de superhéroes.
Robin. Año Uno
- Autores: Chuck Dixon, Scott Beatty, Javier Pulido y Marcos Martín
- Editorial: ECC
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 208 páginas
- Precio: 19,48 euros en