Hay tanto de lo que departir acerca del enorme integral que Panini ha publicado con todo lo que Alan Moore escribió en esta particular visita que hace al universo de H.P.Lovecraft, que, abrumados por la tarea que tenemos ante nosotros, no se nos ocurre otra forma de comenzar que cantando las mil y una alabanzas que corresponderían, precisamente, al enorme integral que Panini ha publicado con todo lo que Alan Moore escribió en esta particular visita que hace al universo de H.P.Lovecraft: huelga decir, como ya hemos comentado en alguna ocasión, que volúmenes así, impensables hace una década en nuestro país, son el sueño húmedo de cualquier coleccionista que se precie. No en vano, el tamaño gigante del libro, algo menor que los Absolute yanquis —por si alguien quiere saberlo, un Absolute tiene 33 cm de altura mientras que el volumen que nos ocupa hoy llega a los 31.5 cm— y sus 720 páginas lo convierten, con contundencia, en uno de los más visibles cualquier tebeoteca en la que termine reposando. Si a eso se une la extensa galería de portadas y los magníficos artículos que redacta Antonio Solinas reflexionando sobre los 12 números de ‘Providence‘, por no hablar del muy elocuente que encontramos sobre las peculiaridades de traducir a Alan Moore que firma Raúl Sastre, y sumamos, como detalle final, la cinta negra marca páginas que engalana el libro, estamos en condiciones de afirmar, casi sin lugar a equívocos, que nos encontramos ante la más espectacular edición que se ha hecho de un título del guionista de Northampton en nuestra piel de toro.
Leyendo de hecho las líneas que Raúl Sastre redacta sobre su aproximación a la traducción de los textos originales del barbudo escritor inglés y de las muchas complejidades que éste entraña, recordaba por qué en su momento, cuando ‘Providence’ vió la luz al otro lado del Atlántico de mano de Avatar Press, no pude mantenerme con su lectura más allá del segundo número por cuanto la sensación de esta perdiéndome mil y un detalles de la narración llegó a ser abrumadora durante gran parte de la lectura, y no ya por los diálogos que Moore iba hilvanando sin cesar en un tebeo por el que, como diría mi compañero Mario, «parecía que estaban pagando al guionista por letra», sino también por esas páginas finales de narraciones complementarias que intuía fundamentales para poder aprehenderme de lo que fuera que el artífice de ‘Watchmen’ quería contarnos pero que, después de lo agotador de las viñetas, se alzaban, antipáticas, contrarias al deseo de continuar leyendo. Ahora sé, por cómo me he aproximado en esta ocasión al material aquí contenido, que las prisas o el tener la cabeza en más de una lectura al mismo tiempo como hice en aquella ocasión no son los compañeros de viaje idóneos para tan profuso relato y, más aún, que lo que aquí plantea Moore necesita de su tiempo, de calma y, sobre todo, de ir saboreándolo todo a fuego muy, muy lento.
Sólo bajo ese prisma, que en mi caso se ha traducido en siete días de lectura continuada —y ahora que lo escribo, pocos me parecen— y a sabiendas de que, si no se ha leído la obra de H.P. Lovecraft es mucho, muchísimo, lo que vamos a estar dejándonos en los márgenes, puede uno apreciar la terna que conforman ‘El patio‘, ‘Neonomicón‘ y ‘Providence‘ y permitir que lo que aquí plantea Moore, complejo como se nos antoja a primera vista, se meta debajo de nuestra piel y termine fascinándonos como lo hace, construyendo el guionista un sentido homenaje al literato de Providence que es, al tiempo, una reinterpretación de las claves principales del creador de Cthulhu y, aún más, toda una fabricación en torno a su figura que no podría haber adquirido una mejor y más elocuente forma que la que aquí toma de mano del británico y de un Jacen Burrows que, sin duda, da el mayor do de pecho de toda su trayectoria en el noveno arte.
Fijándonos sólo en él y tratando de valorar de manera aislada su labor a lo largo de las tres series, cosa harto compleja por lo íntimamente imbricado que todo lo que plantea está con la narración de Moore —de hecho, esto es un patrón común que se repite, una y otra vez en la tebeografía del británico, el que, cuando nos sentamos a leer cualquiera de sus tebeos, nos sea imposible imaginarnos que otro dibujante diferente del elegido para la ocasión hubiera podido llevar a término en las mismas condiciones la historia en cuestión—, son las páginas de ‘El patio’, ‘Neomonicón’ y, sobre todo, ‘Providence’, todo un dechado de virtudes narrativas difíciles de condensar en las pocas líneas que, todavía en este cuarto párrafo, se nos antojan breves con relación a las que vamos a dedicar para intentar trasladaros la fuerza de esta lectura. Un detalle, entre muchos, que nos ha llamado poderosamente la atención en este primer acercamiento en firme a la terna, es el magistral ejercicio de forma que hace Burrows al limitar la práctica totalidad de lo que vemos a la viñeta panorámica, ya sea en horizontal, como vemos en ‘Neonomicón’ y ‘Providence’, ya en la verticalidad de la que echa mano en ‘El patio’ y que, parece dispuesta así para contraste brutal con sus dos compañeras de viaje.
Pero el talento de Burrows no se limita a una configuración cuanto menos peculiar de la plancha que sólo se rompe, aquí y allá, por páginas completas, juegos de dobles páginas con las propias viñetas panorámicas o sucintos quiebros con la estructura de cuatro elementos por plancha que marcan la cadencia de la lectura. No, si a lo que vemos en ‘El patio’ hay que atender, es asombroso como Burrows se las apaña para cargar de contenido a las cajas verticales, dos por página, que configuran un relato que, al contrario de lo que pueda parecer por el orden en el que se establece en la lectura no es, igual que ‘Neonomicón’ tampoco es, precuela de ‘Providence’. Aunque si increíble resulta cómo el oriundo de San Diego es capaz de organizar la verticalidad de la lectura en ‘El patio’, aún más lo es cuando tenemos que apreciar la horizontalidad del resto de la narración, la suma inteligencia de que hace gala, a lo largo de la misma, el uso del zoom y de los diferentes planos que se establecen en cada viñeta o, por supuesto, aquello a lo que hemos de asistir cuando llega el número 11 de ‘Providence’ y tanto él como Moore nos vuelan la tapa de los sesos.
Pero antes de llegar a él, habremos tenido que transitar por la brevedad contundente de ‘El patio’, que sienta muy bien las bases en cuanto a tono pero no a contenido, de aquello a lo que asistiremos en ‘Providence’; o, aún más, por lo crudo, brutal, descarnado, violento y directamente repulsivo y desagradable, según las tragaderas de cada lector, claro, de ‘Neonomicón’. Aunque sea por unas pocas líneas, vale la pena detenerse en abundar esos epítetos por cuanto, aunque vuelvan a aparecer, de manera muy puntual y mucho más acertada en ‘Providence’, parecen querer apuntar a una voluntad de Moore de insertar la irreverencia y cierta discordancia dentro de la coherencia que todo el conjunto guarda para con la obra de Lovecraft: ya sea por la figura de la agente del FBI adicta al sexo, ya por lo chocante que resulta que Moore pretenda, en cierto sentido, utilizar dicha adicción para justificar lo que le pasará después cuando sea violada, primero por un grupo de adoradores de una de las malsanas criaturas salidas de la imaginación del escritor de Providence, ya por la citada criatura, el mucho tiempo que el barbudo de Northampton dedica a describir, con todo lujo de detalles, la prolongada agresión sexual a la protagonista, termina por volvernos el estómago un pelín del revés de forma demasiado premeditada y obvia.
Esa cualidad choca, y muy de frente, con la sutileza —insistimos, jalonada de esas cualidades que caracterizan a ‘Neomonicón’— de la que Moore hará gala para destilar los doce números que conforman ‘Providence’, un relato en apariencia complejo, que es en esencia, tanto una deconstrucción de aquello que podríamos llamar la «personalidad yanqui» —si es que tal reducción al absurdo es posible en un país de más de 330 millones de habitantes— como, lo decíamos más arriba, una revalorización de la obra de Lovecraft que la intenta posicionar como la primera mitología auténtica estadounidense…y eso visto por un autor británico, ahí es nada. Consiguiendo triunfar en ambos frentes con una pasmosa naturalidad, lo que más llama la atención de ‘Providence’ es el duelo que Moore establece entre el horror directo y sin concesiones —aquí también hay otra «involdibable» secuencia de violación…entre otras lindezas—, la extrema densidad narrativa y la inmensa cantidad de pequeños guiños a la obra de su admirado escritor, por un lado, y el humor, ora sutil, imperceptible y seco, ora de sal gorda, basado en casi su totalidad en los diálogos entre personajes, que ocupan la práctica totalidad de lo que vemos en viñetas, prescindiendo el guionista casi por completo de los textos de apoyo.
En ese sentido de lo humorístico, quizá el mayor logro sea la relación entre Hector North, su amante y Robert Black, el héroe bisexual de ‘Providence’ y eje central de la trama. La relación que se establece entre ellos adquiere tintes de humor negrísimo cuando uno se da cuenta que North es en realidad un remedo de Herbert West, el re-animator de Lovecraft y que, en realidad, todas las conversaciones en las que se habla de la apreciación del cuerpo masculino o cómo deben mantener la relación homosexual en una nota muy leve dadas las convenciones sociales de la época en la que se desarrolla el grueso de la historia, son intentos de North de matar a Robert para después resucitarlo. Y eso es algo que, insistimos, encontraremos en el resto de la lectura, con pequeñas historias que parecen ligeras en la superficie pero que sólo logran ocultar, de manera moderada, el insondable horror, plenamente lovecraftiano, que se esconde debajo de ellas.
Podríamos continuar abundando durante muchos más párrafos acerca de lo que Moore y Burrows, Burrows y Moore concitan en ‘Providence’. De hecho, lo hablábamos antes, cabría desgranar, como han hecho en algunos lugares de la red, la interminable cantidad de referencias que ambos incluyen el número 11 de la serie, que muestra el muy predecible y trágico final de Robert Black para, después, asumir una cronología completa, viñeta panorámica tras viñeta panóramica alternada con el hipnótico «girar» de un disco de vinilo en un gramófono, de la vida de H.P. Lovecraft y su círculo, finalizando todas las historias que se han ido viendo durante los diez números previos para, después, navegar de manera sutil hacia el mundo que queda incompleto en ‘Neonomicón’. Es más, es que el propio Raúl Sastre alude a uno de esos sitios como lugar fundamental para complementar la que es una lectura que estaría llamada a una posición de mayor «popularidad» en el corpus de Moore si no fuera por su enfoque completamente adulto y, por supuesto, por lo mucho que exige del que se acerque a él. Que sí, que no es nada nuevo en el autor, pero en contraste con una grapa actual, que se lee en cinco minutos, tener que invertir 20′ o 30′ en dar precisa cuenta de lo que uno de los números de ‘Providence’ ofrece es, creo, demasiado pedir al lector medio de hoy.
Eso sí, que quede bien claro que, independientemente de la posición que pueda o no tener en la esfera comiquera universal, somos firmes creyentes que esta, y no otra de cuantas opciones en viñetas han surgido en torno a Lovecraft, es la mejor aproximación que se haya hecho jamás del hombre que hizo de lo innombrable la más grande concepción que el terror haya conocido en prosa.
Providence
- Autores: Alan Moore y Jacen Burrows
- Editorial: Panini
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 720 páginas
- Precio: 60 euros