Si hay algo que llamó mi atención durante la lectura de ‘Patria‘, por encima de otras particularidades tanto o más brillantes, eso fue la manera en la que Fernando Aramburu enhebraba su prosa para, no sólo saltar del presente de la narración al pasado en una misma frase o párrafo sin que, como lector, sufriera en ningún momento una completa pérdida de la noción de qué diantres estaba queriendo transmitirnos el escritor; sino para mezclar primera persona con segunda y tercera, y hacer de tan singular recurso una seña de identidad espectacular de una novela a la que dicho epíteto se le quedaba muy corto. Tanto es así que, si de alguna forma hubiera de definir a este semblanza de la vida en el País Vasco durante los tiempos de E.T.A, sería señalándola como OBLIGATORIA lectura para cualquier ciudadano de nuestro país: desde la mirada de dos familias, sufridoras desde ambos lados de la acción terrorista de la banda armada —una por perder al padre en un atentado, la otra porque el hijo termina abrazando la pervertida filosofía nacionalista que impulsó el terror ejercido por la organización— Aramburu construye un microcosmos en el que están presente todos y cada uno de los tropos que, los que crecimos durante la etapa más virulenta en la que Euskadi Ta Askatasuna intentó imponerse por la fuerza de las armas y de asesinatos injustificables, conocemos de sobra.
Al recoger todo aquello que rodeó a la organización y centrarlo en dos familias, Aramburu no sólo conseguía dar sonoras bofetadas a una ideología basada en conceptos inventados —y para dar buena cuenta de ellos recomiendo encarecidamente la lectura de ‘El bucle melancólico‘, un ensayo firmado por Jon Juaristi en el que se pone en tela de juicio, con suma locuacidad y argumentos de peso, tanto el nacionalismo vasco como, por extensión, cualquier otro nacionalismo que se tercie— sino que reflejaba la eterna división de las dos Españas, esas que, fratricidas, se enfrentaron de la noche a la mañana en la Guerra Civil y que, arropadas bajo otros conceptos, otros nombres e ideologías, siguen dividiendo o queriendo dividir a los más de cuarenta millones de habitantes de nuestra nación con discursos populistas cargados de argumentos que, si de algo adolecen—y a manos llenas, cabría afirmar— es de HUMANIDAD y EMPATÍA.
Aramburu preñaba de tal manera sus páginas de esos valores tan necesarios y escasos en estos tiempos que corren, que dictaminar la obligatoriedad de la lectura de ‘Patria’ es señalar a la novela como uno de los hitos indiscutibles de la literatura española de este siglo y, voy más allá, estimo que tanto su contenido como su continente deberían ser objetos de estudio en secundaria y bachillerato. Primero, para que se aproximen al análisis de una prosa que no conoce igual y, en ese acercamiento, se asomen a una singular y extraordinaria manera de la expresión escrita. Y, segundo y mucho más importante, para que las nuevas generaciones, esas que ya han crecido sin la amenaza de E.T.A, conozcan la mayor sombra que sobrevoló la historia de la democracia española.
Con tamaño escenario de fondo, afirmar que Toni Fejzula tenía ante sí una labor titánica a la hora de trasladar ‘Patria’ a viñetas es un eufemismo, como poco, de aúpa: si cualquier adaptación es complicada por aquello que hemos defendido en tantas ocasiones de que «medios diferentes requieren de necesidades narrativas diferentes»; y traducir una novela a viñetas comporta, en no pocas ocasiones, dejarse en las páginas de la primera mucho de lo que la hace única; en esta ocasión dicho proceso de traspaso e interpretación comportaba tintes de una imposibilidad que nos hacía temer que ‘Patria’, el cómic, se iba a quedar en pálido e insulso reflejo de la realidad poliédrica e incluso caleidoscópica que Aramburu construía en su obra —otro tanto tendemos a pensar, a priori, de la serie que ha producido HBO y con cuyo inminente estreno hemos querido hacer coincidir la publicación de esta reseña, aunque leyéramos el tebeo allá por julio—, perdiéndose sin duda en el paso de renglones a viñetas la fascinante personalidad del texto original. Nada más lejos de la realidad.
Pero antes de deshacerme en elogios para con lo que Toni Fejzula ha conseguido con el que es uno de los TEBEOS del año, permítanme detenerme en una apreciación que considero fundamental antes de abordar la lectura de ‘Patria’, el cómic. Y esa no es otra que lo muy necesario que resulta haber hecho lo propio con la novela original: conforme uno arranca con la lectura de la versión de Fejzula se va evidenciando a un ritmo considerablemente rápido que para poder captar la miriada de indescriptibles sensaciones y sutilezas que el artista afincado en España plasma en sus páginas, es necesario haber dado cuenta previa de los renglones de Aramburu debido a que, en un intento por permanecer fiel a lo que éste planteó en la novela, lo que aquí encontramos es un mundo igualmente complejo de saltos temporales cuya apuesta aumenta al contar con diferentes narradores identificados por colores en los textos de apoyo; un recurso que provoca, constantemente, la consulta de la página en la que, a modo de escultura de Chillida, Fejzula asigna dichos colores a los ocho personajes que vertebran ‘Patria’.
Ese constante retornar a dicha página hasta que, muy avanzada la acción, uno se termina haciendo con la gama cromática de la que echa mano el artista, es una traba que, de haber leído la novela previamente, queda considerablemente suavizada cuando uno se enfrenta a ella con el conocimiento de antemano de qué va a suceder y quién va a tomar el relevo en hacernos partícipes de la acción. Ahora bien, en lo que a trabas se refiere, ahí empiezan y acaban los problemas de una «novela gráfica» que es un dechado de virtudes visuales y narrativas, un compendio de soluciones inagotables que presenta a Fejzula como narrador consumado y preciso conocedor de los engranajes que articulan un noveno arte que retuerce a placer hasta llevarlo a singulares cotas de maestría. Tanto es así, que, por si la extensión de este texto ya no sirve de pista evidente de nuestro parecer sobre él, habría que dejar muy claro ya que en ‘Patria’ hemos ido a dar con uno de los TEBEOS del AÑO.
Son tantos los recursos y tantas las soluciones y sensaciones que se dan cita en las páginas de Fejzula que deviene de todo punto imposible pretender aquí dar cuenta exacta de ellas: la forma en la que cada plancha es un hecho único y perfectamente distinguible de todas las demás no es sino la cúspide de un enorme iceberg en el que colores, trazos o experimentaciones con diferentes tratamientos acercan a ‘Patria’ a lo que, entendemos, habría podido hacer el incomensurable Alberto Breccia con ella de haberse encargado de su adaptación y, por supuesto, haber optado por el color y no su expresivo y espectacular blanco y negro habitual como vehículo de interpretación de las palabras de Aramburu. Tantas son las emociones que traslada Fejzula en su visión de la novela que, y aquí es donde le gana la mano al texto del que procede; toda vez se ha terminado y las lágrimas vuelven a asomar a los ojos del lector igual que hicieran entonces cuando cerró el libro por primera vez, son irrefrenables las ganas de comenzar de nuevo y, conociendo ya cómo se va a estructurar, dejarse llevar aún más por el inagotable manantial de genialidad que derrocha este tebeo. Grande. MUY GRANDE.
Patria
- Autores: Toni Fejzula
- Editorial: Planeta Cómic
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 304 páginas
- Precio: 28,50 euros en