Los que hace años leyerais El Pequeño País os acordaréis de este peculiar monstruo creado por Nacho Moreno y Alfonso Azpiri. MOT (abreviatura acrónimo de un nombre de lo más llamativo: Movimientos Orgánicos Telúricos) es un ser giantesco que un buen día irrumpe en la habitación de un adolescente llamado Leo.
A pesar de sus reticencias, y de no terminar de entender el peculiar sentido del humor de MOT, el joven lo acompañará en diversos viajes interdimensionales por mundos plagados de peligros y personajes pintorescos. Al estar concebidas para su publicación en el semanario, estas aventuras están planteadas como episodios de dos páginas que, aún así, no pecan de falta de ritmo al ser leídos del tirón.
El primer volumen de la colección recopila las historias MOT, El coleccionista y El castillo maldito. La primera destaca por su fantasía, la segunda por su sentido del humor y la tercera por la estupenda recreación del ambiente y las estancias del castillo. Los autores combinan el dinamismo de las aventuras con el carisma del protagonista para crear una obra que se lee con soltura y una sonrisa cómplice.
MOT está dirigido principalmente al público juvenil, de 10 años en adelante, más o menos. Serán ellos, sin duda, los que más disfrutarán con las ocurrencias y peripecias de los personajes. Pero lo que diferencia a este cómic de otros similares es que un lector adulto también podrá encontrar detalles que le interesen.
En primer lugar, el magnífico dibujo de Azpiri, un autor que crea una obra de arte en cada página de cada cómic que publica. A su magistral uso del color, hay que sumar la caracterización y dinamismo de los personajes, y los detallados escenarios. En cuanto a la labor de Nacho, el guionista, cabe destacar su buena mano para los diálogos, con frases llenas de humor como esta que pone en boca de MOT, referida a las letras de cambio:
¿Letras? Ah, sí… Te refieres a esos pedacitos de angustia que uno firma en momentos de optimismo.
La nueva edición de Planeta, incluida dentro de su línea dedicada al cómic español, hace justicia a la obra; con tomos de 160 páginas, tapa dura, buen papel (hmmm, qué bien huele!) y un anexo con bocetos e ilustraciones promocionales. Una buena forma de recordar nuestra infancia o de inventarnos una nueva.
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