'Mimbreños', variado pero sucinto

Ya sabéis, porque bien que me he ocupado de decirlo a la mínima ocasión, que si de westerns tenemos en viñetas tenemos que hablar, para este redactor la cosa está bastante clara: el mundo de las historias de cowboys en arte secuencial se divide en ‘Blueberry‘ y todos los demás. Eso, para empezar. Después podríamos entrar en apreciaciones y extraer, del desproporcionado grupo que conforma todo lo que no es el oro puro que destilaron Charlier y Giraud, enormidades como el ‘Durango‘ de Swolfs, el ‘Ken Parker’ de Berardi y Milazzo, el ‘Sunday‘ de Mora y de la Fuente, cualquiera de las incursiones de José Ortiz en ‘Tex‘, el ‘Undertaker‘ de Dorison y Meyer, el ‘Bouncer‘ de Jodorowsky y Boucq o esa pequeña maravilla que fue ‘Hasta el último‘. Sí, lo sé, alguna «enormidad» me dejo en el tintero, pero no alarguemos por alargar. La cuestión es que, dada la abundancia de historias que pueblan el género cinematográfico por excelencia y que, al mismo tiempo, cabe encontrar en el papel impreso, innovar en los polvorientos territorios del far west es, hoy por hoy, tarea cuasi imposible.

Quizá por ello, acaso porque sus intereses residen en inquietudes más gráficas que argumentales, lo que Stefano Caselli cuaja para ‘Mimbreños‘ es un plato variado que toma cuantos clichés puede de aquí, allá y cualquier punto de la geografía del lejano oeste que uno pueda imaginar, los pasa por un tamiz no muy fino y los ordena con mayor o menor fortuna en una historia que, a la postre, sabe a poco por lo acelerado de su ritmo y por lo mucho que quiere abarcar y lo poco que termina apretando. A ver, que se lee casi sin darse uno cuenta pero, por eso mismo, cuando se termina, no queda el poso que el verdadero amante del género gusta de encontrar en un tebeo del mismo. Afortunadamente, las carencias del guión se suplen con el vigoroso estilo visual del italiano, que sabe como controlar el ritmo narrativo y, además, aporta cualidades muy notables a sus páginas en la forma en la que aplica el colorido, cargando las tintas en un ocre polvoriento que nos traslada, sin remisión, a unas tierras que, tras más de un siglo de servir a incontables miradas curiosas, todavía parecen empecinadas en tener mucho que ofrecer.