Es uno de esos recuerdos vívidos que, asociados a mis primeros pasos como coleccionista de cómics en firme, nunca podrán olvidarse: era un día cualquiera de mayo del año 1994 y servidor se pasaba, como hacía casi cada día, por la papelería situada a dos minutos a pie de la casa de mis padres —entendedlo, la distribución por aquél entonces era un mundo completamente ajeno al que esto suscribe y creía que los cómics llegaban todas las jornadas—. No llevaba encima mucho dinero, creo recordar que trescientas o cuatrocientas pesetas, e iba dispuesto a gastármelas en el manga de turno cuando una portada captó mi atención. Y no era tanto por lo que se mostraba en ella —un hombre en llamas— sino por la forma en la que estaba dibujada pintada. Lo siguiente que recuerdo es agarrar aquél prestigio de Fórum, hojearlo por encima y decirle al dueño de la tienda, que me conocía desde que era un «moco», que me apuntara lo que me faltaba porque, claro está, ¡ese primer número de ‘Marvels’ tenía que ser mío!.
En los cuatro meses que siguieron, lo que Kurt Busiek y Alex Ross consiguieron con su particular repaso a la historia del Universo Marvel vista a través de los ojos de un fotógrafo, es algo que tuvo un impacto radical en un incipiente lector de cómics que hasta entonces se había asomado con mucha timidez al mundo de los superhéroes de La Casa de las Ideas: la intriga que planteaban la práctica totalidad de las páginas acerca de querer asomarme a la versión «original» de los acontecimientos que narraban la pareja de artistas fue tan desproporcionada que, tan pronto terminó la miniserie, me lancé como un poseso a comenzar mi «formación» marvelita con todo aquello que pude conseguir o tomar prestado de un par de amigos lectores más veteranos que yo.
Tanta fue la relevancia de lo que ‘Marvels‘ supuso en mi apertura hacia todos los puntos cardinales posibles de la cosmología de la editorial creada por Stan Lee y Jack Kirby, que hoy, a cuatro años de que se cumplan tres décadas de su publicación, puedo afirmar que es uno de los cómics que más veces he comprado en más formatos diferentes —de hecho, este mismo mes se publica en Estados Unidos una nueva edición que incluye la historia corta que aparecía hace un año como epílogo y ansioso estoy por recibirla— y que, por supuesto, en más ocasiones he llegado a revisar. Y por esa misma razón, por ser una historia que he leído y releído hasta la saciedad, que he visto desde incontables ángulos y a la que tengo un cariño más que especial, no vi con buenos ojos el que, hace una década, Marvel se dispusiera a continuar y concluir el relato de Phil Sheldon y su mirada hacia los «Prodigios» con una miniserie que, por mucho que viniera firmada de nuevo por Kurt Busiek, se sentía como otro movimiento oportunista por parte de la editorial.
Leída en el momento de su aparición, con una mirada no exenta de reprobación, lo que ‘Marvels. El ojo de la cámara’ confirmó a mi yo de entonces —un yo que en aquél momento se encontraba pasando por un período de considerable hastío hacia el cómic de superhéroes— era lo trasnochada de una continuación que carecía de la magia del original, que no lograba transmitir ese sentido de la maravilla que sí impregnaba a ‘Marvels’ de principio a fin y, por mucho que me fastidiaba admitirlo, porque cuando irrumpió en la escena comiquera, me había «volado la cabeza» con su ‘Aria‘, que Jay Anacleto no le llegaba a la altura del betún al grandísimo Alex Ross. A ver, no todo era negativo, y la combinación de los talentos de Busiek y Roger Stern conseguía urdir un relato con instantes puntuales brillantes, pero éstos se perdían, o al menos así me parecía a mí, en un avanzar deslavazado y carente del ímpetu de su predecesora.
Ha pasado una década desde entonces y en esta revisión que nos ha servido Panini en bandeja con el recopilatorio que hoy os traemos, algunas percepciones han cambiado y otras se han mantenido, afortunadamente, sin endurecerse. Entre estas últimas está la apreciación poco agraciada acerca del arte de Anacleto: su estilo narrativo, mucho más estático que el de Ross, impide en no pocos momentos que la historia fluya como debiera, y lo hierático y poco natural de la expresividad de sus personajes se une a lo constantemente forzado de sus poses. Tampoco ha cambiado mucho el que, en la ineludible comparación, me siga pareciendo que ‘Marvels. El ojo de la cámara’ no tiene nada que hacer con la idea original, y resulta complicado desprenderse de la molesta sensación de que, de haberse pensado de manera inmediata y no haber dejado pasar tanto tiempo, otro gallo le hubiera cantado a este proyecto.
Lo que sí ha cambiado ostensiblemente es lo que uno es capaz de extraer con diez años más y otra década de lectura a sus espaldas: se hacen ahora mucho más evidente las intenciones de Busiek y Stern para el tono oscuro y cargado de pesar que rodea al transcurrir de los hechos, y conociendo un poco la historia del Universo Marvel de los años que aquí se utilizan como telón de fondo, no resulta complicado entrar mucho mejor en el juego de referencias y matices que los guionistas aplican a los años 70, 80 y 90, tratando —y consiguiendo en más ocasiones de las que habría sido capaz de admitir/ver hace diez años— de colocarse en la piel de alguien que hubiera vivido tan dispares tiempos para la editorial a través del objetivo de una cámara. La sensación final, mucho más positiva que la de dos lustros atrás, es que ‘Marvels. El ojo de la cámara’ hubiera, como ya he dicho, funcionado de forma muchísimo más efectiva de haberlo separado un menor lapso de tiempo de ‘Marvels’ del que terminó separándolo. Pero la historia se escribe así y, al menos por el momento, no podemos hacer nada para cambiarla. ‘Nuff Said!!!!
Marvels. El ojo de la cámara
- Autores: Kurt Busiek, Roger Stern y Jay Anacleto
- Editorial: Panini
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 152 páginas
- Precio: 19 euros en
Leí Marvels hace 2 o 3 años y no me gustó nada. Ni la historia, ni siquiera el dibujo. Aún reconociendo el talento de Alex Ross, las caras de los personajes son excesivamente expresivas, como si en cada viñeta tuvieran que dejar el alma al aire. No me daba sensación de continuidad. Cada imagen era una obra de arte, pero no necesariamente un eslabón de una historia conjunta. Es una pena, pero he tenido esa sensación con todos los cómics de Alex Ross que he leído (Marvels, Kingdom Come, Justice y The World’s Greatest Super Heroes.
Es una sensación muy común y, supongo, muy dependiente tanto del momento en que descubras a Alex Ross como de tus filias y sensibilidades: yo, como digo en la reseña, lo descubrí muy joven y fue enorme el impacto que dejaron en mi tanto ‘Marvels’ como ‘Kingdom Come’. Es cierto que su forma de entender el cómic es muy particular y que sus páginas pueden acusar una constante impronta de Síndrome de Stendhal —por no hablar de una narrativa que en ocasiones no es capaz de sopesar la impresión de estar mirando cuadro tras cuadro—, pero en su terreno, y mira que han habido imitadores, sigue siendo insuperable.
Completamente. Y por eso, en mi opinión, es una apuesta inmejorable para crear portadas o carteles. Pero para las viñetas, dame un Jim Lee, un Brian Bolland o, incluso, un Darwyn Cooke, que en paz descanse.
Y eso entre los anglosajones, porque en la vieja Europa tenemos artistas grandiosos como Hugo Pratt, Uderzo o nuestro propio Ibáñez que, sin alcanzar las cotas de realismo de Ross, eran capaces de introducir unas dosis de expresividad, continuidad e incluso dinamismo en sus páginas que ya quisiera para sí el bueno de Alex. Y tras unos cuantos años le-yendo de flor en flor, me he dado cuenta de que eso es lo que busco en un cómic.
Ay, Darwyn Cooke, qué gran narrador se nos fue. ¿Sabes que a finales de este año IDW publica un volumen en edición «absurda» —edición Martini, que la llamaron en su momento— con la segunda mitad de los Parker de Cooke?
Con respecto a lo que dices de las preferencias, es muy normal que, llegado un punto de tu recorrido como lector, te inclines hacia dos polos muy diferenciados: tu zona personal de confort o un constante banquete omnívoro.
Yo por ahora me dejo engatusar por el segundo y, de una década atrás hasta ahora, cada vez le hago «ascos» a menos cosas. Bien es cierto que en parte es por este «trabajo» de Fancueva y por tratar de cubrir el más amplio espectro posible para vosotros, nuestros lectores; pero, por la otra, creo que mi natural curiosidad hubiera terminado llevándome por similares derroteros.