‘Laura & Dino’, de niños grandes y sus hijas

Fortuito y afortunado fue el encuentro que, en mi antigua tienda habitual de cómics —uno ya visita poco los establecimientos «reales» y mucho los virtuales—, tuve hace cuatro años con Alberto Montt. Y no, no os llevéis a engaño, no me refiero al humorista gráfico en carne y hueso —nada hay que se le pueda perder a un argentino en Algeciras, la verdad—, sino al volumen apaisado en cartoné que la editorial mexicana Sextopiso le dedicó al artista con ‘En dosis diarias’. Cómo un volumen publicado al otro lado del océano llegó a colarse en los canales de distribución de tiendas especializadas en cómics es todo un enigma, pero lo que realmente importa, al menos a efectos de esta entrada de hoy, es que la calidad de lo que me encontré en sus páginas me dejó atónito: desopilante de principio a fin, el humor cínico, caústico y de gran elocuencia que se gastaba Montt en las páginas del citado volumen se dejaba acompañar de un talento gráfico asombroso, de esos raros capaces de condensar en una única viñeta muchas más risas y capacidad de reflexión que el más concienzudo artículo o la más absurda de las comedias.

Sin noticias editoriales en las que apareciera su nombre en lo mucho que ha llovido desde entonces, podéis imaginar mi sorpresa cuando Random House anunció la publicación para el pasado febrero de ‘Laura & Dino’, un libro de formato vertical en el que Montt, en lugar de asomarse a lo esperpéntico de la realidad que nos rodea —e imaginar, por ejemplo, imposibles e hilarantes encuentros entre Dios y Satán—, ciñe su precisa capacidad de análisis a aquello que se circunscribe a su hija y a él mismo convertido en un dinosaurio por obra y gracia de la más que consabida metáfora de que son los hijos los que hacen a sus padres auténticos monstruos del jurásico. El resultado de tamaño choque de formas de afrontar la existencia es una lectura veraz que, envuelta de carcajadas y risotadas, da paso a una madura reflexión sobre el difícil papel del padre, la eterna paciencia que los progenitores hemos de inventar cada día para hacer frente a las constantes acometidas de esos curiosos «elementos» que dinamitan de forma sistemática aquella pretérita comodidad en la que vivíamos antes de su llegada y que, al hacerlo, llenan cada instante de nuestras jornadas de momentos inolvidables. Si sólo fuera por la forma en la que Montt afirma, a la chita callando, de la universalidad del hecho de ser padre, ya valdría la pena adquirir este espléndido volumen. Afortunadamente, el argentino nos reserva más, mucho más.