'La pequeña genia y la partida de Shatrnaj', Ortiz para los peques

Álvaro Ortiz no ceja en su empeño de sorprendernos a los que llevamos siguiendo su trayectoria de muy cerca desde que lo conociéramos con ‘Cenizas’. Y es que, si no habíamos tenido suficiente con el (cuanto menos) curioso giro que dio cuando, tras sus tres primeros trabajos —esa maravillosa terna formada por ‘Cenizas‘, ‘Murderabilia‘ y ‘Rituales‘— y ese pequeño «asueto» que fue ‘Viajes‘, nos sorprendió, tras cuatro años de silencio, con ‘El murciélago sale a por birras‘ —aquella coña desopilante nacida del confinamiento— y su secuela espiritual ‘Prdro y Maili’; Ortiz decide que aún no es momento para retomar su yo más sesudo y menos desenfadado y, reinventándose de nuevo, se torna en elocuente cuenta cuentos infantil en este ‘La pequeña genia y la partida de Shatrnaj‘ que, como siempre, le publica Astiberri. Pero, claro está, genio y figura hasta la sepultura, da igual el palo que el maño toque, lo toca para dejar claro que tiene talento para lo que le venga en gana.

Y si lo que le viene en gana es un cuento para peques protagonizado por peques que corren aventuras de las que uno asociaría a la imaginación de un peque, ¿vamos a ser nosotros los listos que le pongamos alguna pega? Os adelanto la respuesta: claro que no. Máxime cuando lo que nos encontramos aquí es una de esas lecturas que, vistas desde la óptica de un adulto, se disfruta como un enano aunque se lea en un suspiro —porque, creedme, las 168 páginas pasan volando—, nos mantiene con una sonrisa constante en los labios, sigue convenciéndonos como ya es costumbre en él con su muy reconocible estilo gráfico y, además, deja un inmejorable sabor de boca. Y eso, como decimos, visto desde la óptica de un señor de 46 años, porque si le preguntáis a mi pequeña de 10, os dirá que «lo flipé», que «me lo pasé bomba», que «me reí un montón» —y de esto último doy fe, que la escuché desde la otra punta de la casa—y que «no sabría cuál de los tres protagonistas me gustó más». No sé vosotros, pero con argumentos tan convincentes como esos, yo no me andaría con miramientos para regalarle a mi hijo o hija, sin ninguna razón especial, tan especial volumen. ¿A qué esperáis?