Comentaba hace días al hilo de los dos volúmenes que revisábamos enmarcados en el evento ‘Miedo encarnado’ que el inamovible status quo ha terminado pesando más que cualquier otra consideración en lo que a política editorial de las dos grandes se refiere, y que por mucho que las cosas puedan torcerse en los Universos de DC o Marvel, podemos tener la certeza de que si de lo que estamos hablando es de sus figuras más preeminentes, las aguas volverán a su cauce tarde o temprano para así garantizar topes de ventas y seguir atrayendo con cantos de sirena a las huestes de lectores a los que no parece importarle que les estén vendiendo de forma cíclica el mismo caramelo con diferente envoltorio. Pero hubo un tiempo en que esto no fue así…al menos no con tan estruendoso descaro.
Los noventa fueron años convulsos para el mundo del cómic estadounidense. Después de la radicalidad de los cambios introducidos en DC durante los ochenta y de la fuga de talentos de Marvel que originó el nacimiento de Image a principios de la década, las dos majors se encontraban en una situación en la que no sabían hacia dónde dirigirse, o al menos eso era lo que se percibía en la distancia a través del mero hecho lector. Mientras DC mataba a Superman para devolverlo poco después a la vida o rompía la espalda a Batman para traerlo completamente restablecido un considerable puñado de meses después; la huída de Jim Lee, Todd McFarlane, Rob Liefeld y compañía de La Casa de las Ideas, dejaba a la editorial desesperada por encontrar eventos que lanzaran a nuevas estrellas y que taparan de la forma más inmediata posible un hecho que, como poco, hubo de desconcertar a las mentes pensantes de la empresa.
Derrumbándose a uno y otro lado del panorama yanqui casi todas las certidumbres que al tebeo de superhéroes tanto le había costado alcanzar, y mientras en Marvel la gran mayoría de las colecciones sufrían severos reveses de ventas —y no es para menos, la verdad, viendo la calidad de lo que se publicaba— los mutantes seguían viento en contra a toda vela, sirviendo de tabla de salvación a una compañía que perdía millones de dólares en aventuras externas trastocadas en sonoros fracasos —entre ellas una primera intentona de levantar su equivalente cinematográfico—. Y como la confianza en los mutantes era ciega, Marvel decidió, allá por mediados de 1994, lanzarse al vacío con una apuesta que nos cogió a todos los lectores por las gónadas y nos mantuvo en vilo durante cuatro meses, los cuatro primeros de 1995, que pasaron en seguida a la historia del noveno arte como los que alumbraron una de las maniobras más arriesgadas y mejor orquestadas de cuántas han visto la luz en el seno de la editorial.
Todo había comenzado a cocinarse a fuego lento unos pocos meses antes con la que parecía la enésima aparición de Legión, el desquiciado hijo de Charles Xavier y un mutante dispuesto a cambiar de forma radical la historia de su especie viajando al pasado para acabar con Erik Magnus Lehnsherr, el que estaba llamado a convertirse en Magneto y azote de la humanidad en esos primeros años de la década de los noventa. Pero los planes de Legión terminarían torciéndose por completo cuando, en lugar de asesinar a su odiado enemigo, terminaba acabando con la vida de su progenitor, creando una salvaje paradoja temporal que abriría una brecha en el espacio-tiempo y generaría la aparición de una realidad completamente diferente. Una realidad que Marvel vino en llamar ‘La era de Apocalipsis’.
Como decía, durante cuatro intensos meses, Marvel interrumpió de raíz y sin vacilar, todas y cada una de las colecciones mutantes, cabeceras que fueron sustituidas por otras nuevas que, con nombres diferentes y equipos creativos bastante llamativos, estaban destinadas a narrar la lucha final entre los héroes de esta nueva realidad por volver a aquella que todos conocíamos y que sólo Bishop, el hombre X venido del futuro, era capaz de recordar. Y aunque la nostalgia nos pueda por momentos y revisitar las más de 1400 páginas que conforman los dos estupendos volúmenes en los que Panini ha recogido la totalidad de ‘La era de Apocalipsis’ sea retroceder de golpe los veinte años que han transcurrido desde aquél primer asomarnos a ellas, lo cierto es que el tiempo ha tratado de forma desigual a lo que entonces nos dejaba «ojipláticos» sin remisión.
Consideradas en general, y leídas tal y como están dispuestas en los ‘Alfa’ y ‘Omega’ que hoy reseñamos, sorprende la muy intensa y no menos sólida labor de coordinación que Bob Harras y Scott Lobdell, principales impulsores del evento, llevaron a cabo entre las ocho nuevas cabeceras que vinieron a sustituir a las de siempre. Ocho series que, con dos especiales como principio y final y algunos números extra como complementos —más de esto en unos momentos— ofrecían una visión sólida y perfectamente hilvanada de un mundo en el que En Sabah Nur controlaba a la humanidad y en el que los mutantes, escindidos en aquellos que se oponían al inmortal mutante y los que lo apoyaban sin pensárselo dos veces, luchaban de forma encarnizada por acabar o preservar lo desolador de una Tierra mancillada por la huella del poder de Apocalipsis.
Bajo ese desigual trato del que hablaba antes de forma general, cuesta apreciar como antaño a cuatro de las ocho propuestas con las que Marvel reinventó de forma temporal su franquicia más rentable, y tanto ‘X-Calibre’ como ‘Factor X’, ‘Gambit and the Externals’ y ‘X-Man’ se alzan como testimonios de la irregularidad intermitente de tan complejo crossover: ya sea por el dibujo de Ken Lashley o Salva Larroca en la primera y tercera colección, ya por los guiones de Warren Ellis —un Ellis que poco o nada tendrá que ver con el que conoceremos más tarde— o Fabian Nicieza en la primera y de nuevo tercera, lo cierto es que de entre ellas lo más destacable sería la modesta regularidad con la que Jeph Loeb y Steve Skroce introducirían a Nate, el mutante creado por Siniestro a partir de los genes de Cíclope y Jean Grey.
Aún así, aún contando con el somero lastre que supone lo que en estas colecciones va discurriendo, poco queda empañado un conjunto que por otra parte se beneficia sobremanera de la excelente labor que podemos ver en la otra brillante mitad de las series, la que conforman ‘The Astonishing X-Men’, ‘The Amazing X-Men’, ‘Generation Next’ y ‘Weapon-X’. Con Scott Lobdell, Fabian Nicieza y Larry Hama ocupándose de unos guiones potentes que son los que, en última instancia, hacen avanzar de forma más ostensible la acción hacia la espectacular confrontación final que ofrece el ‘Omega’, es en el dibujo de Joe Madureira, Andy Kubert, Chris Bachalo y Adam Kubert —sobre todo en el primero y el último— donde ‘La era de Apocalipsis’ toca auténtico techo.
Tanto es así, que comparados con ellos y por muy válidas que puedan ser algunas de sus páginas, ni Roger Cruz, que se ocupa de los especiales de comienzo y fin, ni Terry Dodson, que hace lo propio con el ‘X-Men Chronicles’ cuya portada podéis ver más arriba, están a la altura de unas circunstancias que sólo encuentran en nuestro Carlos Pacheco un contendiente armado hasta los dientes: las páginas del san roqueño para un 70% —el 30% restante recae también sobre Dodson— de los dos números que se acercan al resto de los héroes del Universo Marvel, son de lo mejor que la estrella española dibujó para su primera etapa en Marvel y sirven de doloroso recordatorio de lo que el dibujante era capaz si se las compara con las irregulares planchas que podemos encontrarle hoy en los fill-ins que va cuajando aquí y allá para olvidables series como ‘Uncanny Inhumans’.
Con repercusiones que aún pueden rastrearse veinte años después —aunque, cierto es, muy diluidas por la inmensa cantidad de giros que ha dado la totalidad del Universo Marvel— ‘La era de Apocalipsis’ es, como quería dejar ver al comienzo del artículo, claro testimonio de una época pasada en la que el riesgo formaba parte del vocabulario diario de los responsables de La Casa de las Ideas. Un riesgo controlado, no cabe duda, pero uno que dejaba ver que en Marvel estaban dispuestos a apostar fuerte para coger desprevenidos a los lectores que pensaban que ya lo habían visto todo y que, además, le salió redondo. Lástima que después vinieran Onslaught y el ‘Heroes Reborn’ y demostraran todo lo contrario. Pero eso, como suele decirse, es otra historia…
La Patrulla-X: la Era de Apocalipsis Alfa
- Autores: VVAA
- Editorial: Panini
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 784 páginas
- Precio: 42,75 euros en
La Patrulla-X: la Era de Apocalipsis Omega
- Autores: VVAA
- Editorial: Panini
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 720 páginas
- Precio: 39,90 euros en