‘La estrella del desierto. Integral 1’, Desberg y Marini en un western de lujo

Tercera edición que conoce en castellano ‘La estrella del desierto‘, parece que, por fin, esta será la que, de forma definitiva, recogerá en dos volúmenes integrales la totalidad de los cuatro álbumes que conforman la aproximación al western guionizado por Stephen Desberg y que consagró a Enrico Marini —y Hugues Labiano, dibujante de los álbumes tres y cuatro, que funcionan a modo de precuela—. Un título que primero apareció en la Colección BD de Planeta DeAgostini en aquél formato reducido que la editorial tanto utilizó durante la primera década de este siglo; que la misma editorial rescataría, seis años más tarde, cuando Marini ya estaba en boca de todos tras su paso por ‘Rapaces‘ y el éxito continuado que era cada nueva entrega de ‘El Escorpión‘, en formato álbum europeo que denominaron «Absolute» —sería por aquello de acercarlo a las formas de las mejores ediciones que DC publica al otro lado del charco— y que, ahora, diecinueve largos años desde su primera aparición, por fin, como decíamos, conocerá conclusión y recogerá este relato tan arquetípico de venganzas bajo el marco del far west que, con ciertas pinceladas aquí y allá, funciona «como un tiro» —y me perdonáis, si eso, el chiste fácil.

‘La estrella del desierto’ gira en torno a un miembro del gobierno estadounidense que, al volver a su casa un día, encuentra a su mujer y su hija salvajamente violadas y asesinadas. Su única pista, un sol grabado a cuchillo en la piel de su hija que le llevará al lado más mugriento y polvoriento del lejano oeste en busca de los hombres que, no se sabe por qué, cometieron tan escabroso crimen. Esa es, de manera más o menos sucinta, la trama que Desberg urde para animar una función que, intentando salirse un poco por la tangente, añade mucha brutalidad y unas buenas dosis de sexo a fin de no resultar de principio a fin, un relato que nada nuevo aporte a lo mucho que se ha dicho en el género tanto en viñetas como, sobre todo, en la gran pantalla. Y si bien ambos factores —sexo y violencia— se antojan de poco calado para apartar al entramado de sus más que visibles raíces, éstas se entretejen lo suficientemente bien como para estirar la incapacidad del lector de anticiparse al desenlace hasta que nos topamos de bruces con éste.

Uniendo a dicha cualidad la suma agilidad que Desberg imprime al conjunto para, como decíamos, hacer de la lectura un hecho que transitaría raudo ante nuestra mirada si esta no tendiera a pararse más de la cuenta para poder admirar, en toda su vastedad, el arte de Enrico Marini. De acuerdo, comparado con lo último que le hemos podido ver, aún se detectan aquí y allá algunos detalles que apuntan a cierta bisoñez —y me hacen el favor de entrecomillar el epíteto todas las veces que creáis necesario— pero, al tiempo, tenemos ante nosotros a un artista que, después de sus primeros pasos con ‘Olivier Varese‘ o los primeros álbumes de ‘Gipsy‘, llega aquí, justo antes de embarcarse en las ‘Rapaces’ que lo catapultarán definitivamente, con suficientes armas bajo el brazo como para considerar a sus páginas sobresalientes más allá de la fijación que parece tener con Sean Connery, el rostro del protagonista: ágil, de narrativa fluida, poseedor de un trazo inconfundible y con un sentido del color que no irá sino mejorando a lo largo de los años, el tono crepuscular que Marini logra instilar a sus planchas es lo que, a la postre, alza en volandas a ‘La estrella del desierto’ y la convierte, sin duda, en lectura obligada para todo amante del género o, en su caso, seguidor impenitente del artista italiano.