'La chica que quería ser Muerte', desde el baúl de los recuerdos de Vertigo

Pura arqueología de cómic es lo que ECC nos trae con este ‘La chica que quería ser Muerte‘, un oscuro título de la Vertigo de los 90 que, de manera más que obvia, intentaba aprovechar el inmenso tirón que tenía ‘The Sandman‘ entre los lectores del sello para ofrecerles una historia de carácter muy, pero que muy tangencial a la magna obra de Neil Gaiman que, sin contar con el genio del literato británico, depositaba en la compleja y en ocasiones enrevesada prosa de Caitlin Kiernan la responsabilidad de atraernos hacia esta historia sobre una joven y sus denodados intentos por controlar a Muerte y, así, poder liberar a su amado de las garras de la hermana de Sueño. Vamos, todo un Orfeo y Eurídice —o un Dante, si se quiere— pero con los papeles invertidos en un relato que, más allá de las claras resonancias mitológicas del mismo y de las muy leves conexiones con el microcosmos ideado por Gaiman —Plath, la protagonista, se hace con el códice Magdalena e intenta usarlo igual que hiciera el Burgess de la serie central—, trata denodadamente de postularse a la altura de las formas del de Portchester sin darse cuenta de que, como él, uno.

No me malinterpretéis, el volumen se deja leer de manera más o menos amena, y es de valorar la encomiable tarea de traducción de los extraños neologismos con los que Kiernan caracterizaba la forma de expresarse de Plath en el inglés original, pero la sensación generalizada cuando uno termina la lectura es que es esta una de esas miniseries que no dejarán poso alguno en nuestra trayectoria tebeística. Y, sí, si sois de los que disfrutan en cada nueva relectura de ‘Sandman’ —¿cómo? ¿que nunca habéis revisitado ‘Sandman’? ¡¡Pero si lo mejor que puede ofrecer la cabecera está precisamente en las segundas, terceras, cuartas…vueltas que se le da!!—, es probable que el trazo sucio de Dean Ormston os conquiste sin mucha dificultad, pero con tan limitado encanto dimanando del guión, poco o nada puede hacer el artista para salvar los muebles y evitar, como decimos, el limitado poso que deja este olvidado rincón de la muy inmensa Vertigo.