Argumento que he llegado a esgrimir con cierta insistencia en el último lustro, cada vez que alguien me ha inquirido que le recomendara un buen tebeo europeo, algo que no fuera muy largo y que se apartara radicalmente de unas formas, las yanquis, que le habían terminado hastiando, mi memoria comiquera ha acudido rauda a la combinación de cinco palabras que conforman uno de los mejores títulos de cuantos muchos he podido leer, no sólo en la presente década, sino a lo largo y ancho de mi dilatada experiencia como amante del noveno arte. ¿Que cuál es ese título que no vacilo en recomendar una y otra vez a cualquier tipo de lector? Fácil: ‘Érase una vez en Francia’.
La primera vez que acometí la lectura del primero de los tres álbumes en los que Norma publicó los seis originales franceses, no podía dar crédito a aquello a lo que estaba asistiendo. Ante mí se desplegaba con una fuerza inusitada y talento asombroso un tándem, el formado por Fabien Nury y Sylvain Vallée, que enhebraban un relato fabuloso, lleno de personajes de una tridimensionalidad apabullante y pleno de una suspensión de credulidad tan enorme, que uno no podía diferenciar dónde comenzaba la ficción y acababa la realidad…o viceversa. Tanto es así, que si allá por 2013, cuando la serie fue publicada, hubiéramos tenido, no ya la selección anual, sino los Premios Fancueva, debéis tener claro que hubiera sido ‘Érase una vez en Francia’ y sólo ‘Érase una vez en Francia’ el posible acreedor del galardón correspondiente a Mejor BD Europea.
Así las cosas, y sabiendo de la repercusión que el título había tenido al otro lado de los Pirineos, sólo era cuestión de tiempo que Nury y Vallée volvieran a unir fuerzas para, de nuevo, enamorarnos de la cabeza a los pies. Los que tengáis buena memoria, recordaréis que ya el año pasado, cuando señalábamos los mejores títulos europeos del 2018, el primer álbum de ‘Katanga’ formó parte de dicha selección. Y en el texto que a él dedicábamos, servidor apuntaba que:
los artistas francófonos no parecen entender de limitaciones y sí de superar, bien retos, bien a sí mismos, y si lo que ofrecen en este primer volumen de ‘Katanga’ deja algo claro es que, de continuar en similar tónica a lo que encontramos en él, podríamos estar hablando en un futuro de algo muy grande.
Y eso, precisamente eso, es lo que ha pasado.
‘Katanga’ gira en torno a la República no reconocida que, en pleno corazón del Congo, se alzó independiente en 1960 gracias a una compleja urdimbre política en la que colisionaron no pocos intereses extranjeros. Disuelta en 1963, la República de Katanga y la mucha sangre que se derramó en su nombre es lo que Nury utiliza como telón de fondo para hablarnos de la miseria humana en tantas facetas que comenzar aquí a desgranarlas sería prolongar este texto más allá de lo aceptable. Baste añadir a la mera indicación de la extraordinaria amalgama de diferentes personalidades que aquí podemos encontrar el que las conclusiones que ofrece Nury sean de un demoledor tan cínico como hiperrealista y que el final, terrible y trágico como es, no parece pretender sino ser fiel reflejo de este mundo lleno de gente capaz de lo mejor…y lo peor.
En ‘Katanga’ no hay lugar para la luz, no para un haz que sea capaz de disipar las muchas sombras que lo acosan más sí para una tenue llama que queda ahogada por la constante acometida de las huestes de oscuridad que son capaces de cualquier cosa por un asqueroso porcentaje o, como es el caso del relato, un puñado de valiosos diamantes manchados, como ya pasara en la cinta de Edward Zwick protagonizada por Leonardo DiCaprio, de la sangre de las incontables víctimas que su mera mención se va cobrando a su paso. Cegados por el fulgor de su relumbre, los diferentes actores que Nury va presentando conforme la trama avanza van sirviendo, sí o sí, al propósito último de completar un atlas de la inmundicia humana en el que no hay recoveco alguno para la esperanza, y este factor tan potente de la personalidad de ‘Katanga’, unido de nuevo a ese mismo desdibujado entre realidad y ficción que se hace de la historia de aquellos años, convierte a la lectura de los tres álbumes en toda una odisea intensa y acojonante.
Intensas y acojonantes, pero en sentido positivo, son también las planchas de una Sylvain Vallée que corrobora aquí, por si hiciera falta, lo que ya habíamos descubierto en ‘Érase una vez en Francia’: que siendo directa heredera de las formas de Albert Uderzo —asomarse a cualquier página de ‘Katanga’ y que no vengan a la memoria los caricaturizados personajes del creador de Astérix es virtualmente imposible—, la dibujante se aleja de tan contundente influencia para, por mano de un manejo asombroso del tempo narrativo y unas composiciones que, dentro de cierta arquitectura clásica, altera sus constreñidos patrones a voluntad cuajando unas páginas que se sienten como plenamente contemporáneas, y señalándose en el empeño como uno de los más grandes nombres con que cuenta el panorama francobelga actual.
Sólo me restan dos apreciaciones por enunciar. Una, obvia, que volveremos a vérnoslas con ‘Katanga’ a finales de Diciembre. Dos, más obvia aún, que esperamos impacientes lo que Nury y Vallée preparen a continuación porque, después de esta confirmación de que el primer fruto de su encuentro no fue casual, lo que sea que esté por venir está llamado de antemano a ser MUY GRANDE.
Katanga
- Autores: Fabien Nury & Sylvain Vallée
- Editorial: Norma
- Encuadernación: 3 álbumes cartoné
- Páginas: 56 páginas
- Precio: 12,30 euros en