'El Sargento Rock contra el Ejército de los Muertos', muy bestia

Este es uno de esos títulos que, sobre el papel, iba a terminar convirtiéndose en un fan favourite de aúpa…bueno, al menos de este fan, claro está: a los guiones, Bruce Campbell, el eterno Ash de la trilogía de ‘Posesión infernal‘ y actor fetiche de Sam Raimi; a los dibujos, un Eduardo Risso que a estas alturas de la película no necesita presentación alguna y, por último, y de ahí lo de «este fan», temática Segunda Guerra Mundial con el Sargento Rock de protagonista y nazis convertidos en algo así como muertos vivientes. Vamos, es que lo tenía todo a priori para que, a poco que el guión de Campbell hubiera sido medianamente sólido, haber sido por lo menos un entretenimiento descerebrado de primer orden. Y lo es, al menos en lo de descerebrado, porque entretenimiento, lo que se dice entretenimiento no está muy presente en las 160 páginas de ‘El Sargento Rock contra el ejército de los muertos‘, saldándose la lectura como un quiero y no puedo que nos deja con muchas ganas de haber encontrado algo más que la sarta continua de salvajadas que Campbell enhebra con un hilo conductor que no siempre tiene sentido y que, en la mayoría de las ocasiones, discurre muy atribulado, dando saltos indiscriminados que no responden a un sentido coherente de lógica interna de la narración, dejando la clara impresión de que el actor metido a guionista tenía alguna idea agraciada que, aunque permanece en el transcurso de la acción, queda englobada en un conjunto de arquetípicas situaciones y más que arquetípicos personajes.

Con estos mimbres, no es difícil adivinar que quién salva la situación es, sin duda alguna, Eduardo Risso: el argentino, con su más que reconocible estilo, y su asombroso control de los claroscuros, aporta todo lo que al guión le falta —bueno, quizás no todo, que entonces estaríamos hablando de otros resultados, pero sí una buena parte de lo que le falta al trabajo de Campbell—, y la respuesta gráfica que da a las burradas sanguinolentas que trufan la acción es lo que hace que, si desconectamos lo suficiente de estereotipos y situaciones muy, pero que muy fáciles de anticipar, disfrutemos de la lectura. Mención aparte merecen, porque creo que son dignas de ser nombradas, las portadas de Frank Quitely, pequeñas maravillas que nos hacen añorar una mayor presencia del dibujante británico en la escena estadounidense —no nos ha sabido a nada ese primer número de la espléndida ‘The Ambassadors‘ de Mark Millar— que son perfecto preludio del festival de violencia, casquería y tiros que nos ofrece este tebeo que, tan pronto se lee, se olvida. Quizá no sea una desventaja, pero la edad me ha llevado de manera paulatina a desear incorporar a mi acervo lecturas que dejen algo de poso. Llamadme excéntrico.