Por dónde empezar. Por dónde. ¿Cuál es el momento más adecuado para comenzar a buscar los orígenes de ‘El reloj del juicio final‘? ‘Watchmen‘ está ahí, indudablemente, como siempre ha estado y, tras casi cuatro décadas de historia del cómic estadounidense, siempre seguirá estando. De hecho, es obvio que sin ‘Watchmen’ no habría existido ‘El reloj del juicio final’. Tan obvio, que invertir ahora tiempo y líneas en revisar, una vez más, el clásico de Alan Moore y Dave Gibbons y su persistente influencia a través de las décadas en el tejido del continuo espacio-tiempo del Universo DC —y más allá, porque su determinante relevancia llega muchísimo más allá—, quizás resultaría hasta cierto punto contraproducente dado el calado que, por sí solo, alcanzan las páginas que hoy hemos de analizar.
Así que, aunque sea de forma indirecta, queda claro que si no hemos de remontarnos a 36 años en el pasado, sí hemos de hacerlo un lustro, el que ha transcurrido desde que DC regresará a unos fueros que nunca debió abandonar dejándose llevar por fútiles y poco agraciados experimentos —sí, las siempre presentes Nuevas 52— y, mediante el golpe de autoridad maestro que fue ‘Rebirth‘, recuperara fuerzas, empuje y garra en un período de esplendor que, a día de hoy, todavía no parece conocer falta de resuello. En un especial cuya lectura todavía reverbera en nuestra memoria, cargado de mil emociones diferentes y con instantes como el reencuentro entre Barry Allen y Wally West que tanto nos llegaron a conmover—a ver quién es el que, habiendo crecido con ambos personajes, no dejó escapar una lagrimilla de emoción honda con ese abrazo—, Geoff Johns se reservaba lo mejor del regreso para un final, un FINALAZO, que cogió por sorpresa a todo el puñetero fandom de un extremo a otro del planeta: Batman veía algo brillante en la batcueva, un objeto que no sabía cómo, estaba incrustado en la piedra de su lóbrega morada. Un objeto redondeado y amarillo que todo lector de DC que se precie reconocería a la legua. La chapa smiley del Comediante.
Y ahí quedaba, plantada para cuando quisiera recogerla, una semilla asombrosa e inesperada, el germen de a saber qué idea loca que rondaba la imaginación de Johns que, cultivada quizá con cierta dejadez, volvería a aparecer un poco tiempo más tarde en las páginas de ‘Batman’ y ‘The Flash’ en ese pequeño evento llamado ‘La chapa’ cuyo alcance, seamos francos, no supo acallar las voces que clamaban a la editorial algo más ni, por supuesto, saciar la sed de épica que las posibilidades del cruce entre el universo Watchmen y el universo DC podían llegar a ofrecer. Y, entonces, poco más de dos años después de que los lectores nos dejáramos epatar por la aparición de tan simple y efectivo icono popular, DC, Geoff Johns y Gary Frank anunciaban a bombo y platillo, muy a la manera en la que la editorial lo hiciera 30 años antes, que el mes de noviembre de 2017 sería el elegido para que diera comienzo ‘Doomsday Clock’, la maxiserie que resolvería todo el entuerto detrás de la aparición de la chapa, el Rebirth y esa energía azul tan familiar asociada ya por siempre al Doctor Manhattan.
En términos estrictos de publicación, y antes de pasar a analizar de manera más pormenorizada lo que ‘El reloj del juicio final’ supone en el siempre cambiante rostro del Universo DC, los dos años que la editorial tardó en poner en circulación los doce números de la maxiserie fueron una auténtica prueba de aguante para nosotros, sufridos lectores. De todos es conocida la proverbial lentitud de Gary Frank en el tablero, algo irreprochable cuando la calidad de su producto es tan INMACULADA como se puede contemplar en cualquiera de las prodigiosas planchas que conforman este proyecto. Pero de no poder interponer pega a sus formas gráficas a dejar de arrojar una valoración crítica muy negativa con respecto a la aparente incapacidad de DC de haber gestionado mejor a priori la publicación de la serie, hay un trecho considerable que se entiende aún menos si se considera que, completamente independiente de lo que en ese momento estuviera sucediendo en el normal transcurrir de sus colecciones mensuales, ‘El reloj del juicio final’ bien podría haber esperado unos meses más a que Frank hubiera tenido adelantados varios números completos antes de haber visto la luz definitiva.
Esta queja a posteriori, que viene a sumarse a las incontables que a lo largo de los años hemos tenido que proferir los lectores cuando asistimos desesperados a la desaparición de la cadencia de publicación de esta o aquella cabecera, reviste nula relevancia cuando, ahora, con la serie completa y recopilada para la ocasión en el volumen que hoy nos ocupa, puede ser admirada como un ente único e indivisible con todas sus milagrosas cualidades narrativas a disposición del lector más exigente. Un lector que encontrará aquí, en un rascado superficial, un sentido homenaje/continuación a lo que ‘Watchmen’ supuso tres décadas antes para todo aquél lector que la descubriera con la edad correcta —y ahí el rango es amplio, la verdad—, ataviándose tanto Johns como Frank con pieles similares a las de Moore y Gibbons.
Similares, que no iguales, porque la voluntad de guionista y dibujante no se limita a servir de mero homenaje/recordatorio/continuación de lo que las páginas de ‘Watchmen’ establecieron en su momento, sino que reinterpretan las claves de entonces y añaden reflexiones de ahora, filtros de contenido que sólo pueden entenderse desde una perspectiva contemporánea que asuma el papel actual del cómic en la cultura popular y que, cargado de ideas y de una lucidez extrema hacia el zeitgeist de esta era de redes sociales e hipercomunicación, rescate para sí el sabor de otros tiempos aliñado con las especias del ahora. La explosión de tal encuentro de intenciones se plasma en doce números que son, de principio a fin, un dechado constante de valores tebeísticos de alto nivel y, en no pocas ocasiones, por más que nuestros análisis reduccionistas tiendan siempre a saber separar guión de dibujo, resulta IMPOSIBLE dirimir donde acaba la responsabilidad de Geoff Johns y donde empieza la de Gary Frank.
Tan íntimo es el maridaje que se produce entre uno y otro, tal la precisa comunión que se da en sus respectivos lenguajes y tanto el genio que ambos manejan a placer, que afirmar que ‘El reloj del juicio final’ es una OBRA MAESTRA sólo comienza a rayar en la multi-facetada superficie de un caleidoscopio complejo, lleno de infinitos matices que analizan a los superhéroes desde mil ángulos diferentes para, descomponiéndolos en sus moléculas más elementales, volver después a configurarlos en un modelo fascinante y preñado de virtuosismo que legar a futuras generaciones de narradores y lectores. Porque sí, porque hay una férrea voluntad por parte de Johns y de Frank de que esta historia «bigger-than-life» que, como gustaría indicar a algún publicitario avispado, «ha tardado 30 años en hacerse», se arrope del mismo carácter de legado con el que ‘Watchmen’ se atavió en su momento. Los tiempos han cambiado, claro, y la trascendencia de las historias no es la que era hace tres décadas y media, evidente. Pero que quede claro que, al menos a ojos de este veterano redactor, que respira tinta y viñetas todos los días, lo que se consigue con ‘El reloj del juicio final’ forma ya, no sólo parte de la mejor faz de la historia del Universo DC, sino que se alza como una de las mejores lecturas que, salidas de la editorial, han desfilado por mi atónita mirada.
El reloj del juicio final
- Autores: Geoff Johns y Gary Frank
- Editorial: ECC Ediciones
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 456 páginas
- Precio:42 euros