Se ha convertido por desgracia en una realidad tan cotidiana que ya no nos sorprende encontrar en el terreno de la ficción historias sobre una persona, generalmente una adolescente, que sufre de desórdenes alimentarios. La causa generalmente la presión del trabajo o los estudios, la opinión de las masas, las opiniones de los que se creen amigos…motivos no faltan para un proceso de autodestrucción generalmente fruto de la estética que puede incluso acabar con la vida de aquel que lo padece. Pero en el caso de ‘El fantasma que alimento‘ la realidad es todavía más terrible ya que el germen de que su protagonista se niegue el alimento y comience a vomitar la práctica totalidad de lo que ingiere es su propia madre, algo más sangrante cuando dice que es por su propio bien.
Deseando ser una hija modelo, Val siempre ha comido al mínimo. Su obediencia ante la insistencia de su progenitora en que debe mantenerse sana, comiendo solo determinados tipos de alimentos en ínfimas cantidades y negándose el dulce incluso en las grandes celebraciones ha ido evolucionando en su paso a la adolescencia a vomitar después de las comidas, para poder mantener su peso aún cuando sale con sus amigos a hacer algo tan normal como comerse una hamburguesa. Pero esto es solo la punta del iceberg. Su trastorno físico también la ha afectado a nivel emocional, creándole una imagen distorsionada tanto de sí misma como de su mejor amiga desde la infancia, a la que adora pero considera gorda y fea mientras que piensa que sólo siendo delgada encontrará a alguien que la quiera. Aunque todo cambiará tras un viaje escolar a París durante el que tendrá lugar un duro drama familiar, sacando a la luz toda una serie de demonios internos que van a hacer a nuestra protagonista replantearse muchas cosas.
La diatriba que presenta este cómic es compleja. No estamos ante una historia de esas en las que el toque de atención llega en forma de un síntoma físico, sino que todas las consecuencias son emocionales, de modo que Val se niega a sí misma y ante los demás. Una dura historia que arranca en un momento tan feliz como debería ser un cumpleaños pero que nos va sumergiendo en una auténtica pesadilla para nuestra heroína, sin paños calientes.
En contraste puro con su trama un dibujo cuyo estilo nos remite con facilidad a los trabajos de su dibujante, Victoria Ying, en el campo de la animación, incluyendo más de una producción Disney, con proporciones realistas y unos rostros simplificados pero expresivos. Con una discreta y suave paleta de color, un buen diseño de personajes que casa bien con su protagonismo adolescente y unas páginas que saben sacar el mejor partido a pocos recursos, esta es una historieta con un atractivo apartado gráfico que se recrea en cada viñeta, sin importar si la acción transcurre en la casa de Val o en un París de ensueño.
‘El fantasma que alimento’ presenta una trama dolorosa, pero resulta una obra más que recomendable tanto para adultos como para unos adolescentes que quizás puedan verse un poco representados en un joven con una adolescencia tan difícil como la de Val. Una historia con un ligero aroma autobiográfico, como reconoce su autora, en la que el amor condena, pero también salva, en una fábula con humana moraleja que se devora de principio a fin gracias a lo inesperado de sus giros y el carisma de su protagonista, herida pero con una fortaleza interior que desconoce. Leer ‘El fantasma que alimento’ es asomarnos al lado oscuro de nosotros mismos, a como el afán de perfección nos torna aún más imperfectos, con una historia que duele, que nos llena y nos vacía, de un realismo que descoloca pero invita a la reflexión. Quizás no es la obra que querríamos leer, pero sí la que necesitaríamos.
El fantasma que alimento
- Autores: Victoria Ying
- Editorial: La Cúpula
- Encuadernación: Rústica con solapas
- Páginas: 216 páginas
- Precio:22.50 euros