Casi veinte años separan el cómic que hoy nos ocupa, ahora reeditado por ECC Ediciones, de la obra más reciente de Felipe Hernández Cava, ‘Las oscuras manos del olvido’. Pese a haber transcurrido tanto tiempo, ambas historias guardan muchos puntos en común. Lo primero y más evidente es que los dos cómics abordan hechos significativos de nuestra historia reciente, pero a un nivel más profundo, el mensaje común que transmiten al lector es que la memoria es esencial para un pueblo, para una nación. Tanto es así, que es lo primero que los tiranos y los poderosos tienden a reprimir para asentar sus gobiernos, y muchas veces queda en manos de los artistas —escritores, cineastas o, como en este caso, historietistas— desenterrar del olvido esos fragmentos de memoria que nos ayuden a comprender mejor nuestro pasado reciente.
La trama de ‘El artefacto perverso’ se encuadra en los años de la posguerra española para contarnos la historia de Enrique Montero, un excombatiente republicano que militó en el célebre Quinto Regimiento. Tras la guerra y las consecuentes represalias, se vio obligado a abandonar su profesión de maestro para pasar a ganarse la vida como humorista gráfico. Primero en las páginas de una revista, y más tarde dibujando tebeos de aventuras. Pero el pasado no está dispuesto a dejar tranquilo a Enrique, y el reencuentro con varias personas que llevaba años sin ver reanimará viejos fantasmas y la sombra de una lucha que no concluyó con el final de la guerra.
La historia de Enrique se intercala con las peripecias de un personaje de su propia invención, Pedro Guzmán, aguerrido bienhechor claramente inspirado en una de las cabeceras más míticas de la época, ‘Roberto Alcázar y Pedrín’. Hernández Cava y Federico del Barrio recrean la estética de aquellos cuadernillos para contar una historia que discurre en paralelo a la principal, y que les sirve para obtener dos fines. El primero de ellos, homenajear a los historietistas de posguerra, tantas veces ninguneados y maltratados por la censura o por sus propios editores. El segundo objetivo es mostrar que, en ocasiones, estos historietistas utilizaban su ingenio para transmitir ideas y mensajes a sus jóvenes lectores, siempre de una forma sutil e inteligente. En el caso de Enrique, resulta muy significativo que el villano al que se enfrenta Pedro Guzmán haya inventado un artefacto capaz de borrar la memoria de la gente.
Federico del Barrio aporta al conjunto un grafismo basado en fuertes claroscuros, donde los trazos blancos de su pincel arrancan de entre las sombras las siluetas de los escenarios y personajes, muchos de ellos grotescos, con rasgos casi animalescos, potenciando así la tensión latente durante el relato. ‘El artefacto perverso’ no es una historia de heroísmo barato, de buenos y malos, del triunfo de la justicia frente a la sinrazón. Es el retrato de una época donde las heridas que dividieron al país en dos todavía estaban frescas, donde la desconfianza y las acusaciones cruzadas eran habituales, y donde quienes perdieron la guerra solo aspiraban a seguir viviendo, tal vez con la esperanza de que, algún día, los verdaderos héroes renacieran de sus cenizas, como ocurre en los tebeos. Es una lectura breve, pero muy intensa, que nos cuenta con el ritmo y la intensidad de un thriller cómo era la vida en aquellos tiempos convulsos. Para recordarnos así que un medio entonces tan humilde como el tebeo fue el refugio y la vía de expresión de muchos disidentes. Y, sobre todo, que a veces los medios más humildes son los que mejor nos ayudan a preservar la memoria.
El artefacto perverso
- Autores: Felipe Hernández Cava y Federico del Barrio
- Editorial: ECC Ediciones
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 64
- Precio: 10,95 euros