‘Dame un beso’, y tu mamá también

Es de suponer que aquellos que hayáis «pillado» la referencia del titular de esta entrada, creáis que estoy incurriendo en un descarado destripe de aquello en torno a lo que gira ‘Dame un beso’. Y si bien en parte os daría la razón, no creo que apuntar a que el volumen publicado por La Cúpula orbite alrededor de la relación entre tres amigos de la adolescencia que se reencuentran siendo adultos —bueno, precisemos, de una pareja aparentemente homosexual que, en un viaje a la España de su infancia y adolescencia, se reencuentran con la mujer que fuera objeto de su pretérito deseo sexual— para, sin pretenderlo, dar rienda suelta a su atracción los unos por los otros, sea revelar más de lo debido. Sí, lo que acabo de contar ocupa un considerable puñado de las páginas escritas y dibujadas por El Don Guillermo —curioso nombre artístico, ¿verdad?—, pero eso no quita para que esta novela gráfica esconda mucho más que lo que puede ser revelado en unas pocas líneas de texto que ni de lejos pueden aproximarse a las más de doscientas páginas que conforman el tomo.

Un tomo que, animado por un dibujo suelto, desenfadado, despreocupado y hasta dicharachero que ni atiende a correcciones anatómicas o de perspectiva, ni falta que le hace, se preocupa sobremanera por girar a tope el dial correspondiente a la recreación de unos personajes que, como por arte de birlibirloque, resultan a la par tan bidimensionales y ficticios como tridimensionales y reales, apoyándose el autor en esa curiosa dualidad para aportar al tratamiento de la obra un sutil encanto onírico que, sin caer en lo explícito, tiene esa cualidad de realismo imposible que muchas veces adquieren nuestros procesos mentales durante la fase REM.

Con mucho desparpajo, grandes dosis de humor casual y unas cuantas gotas de nostalgia, El Don Guillermo construye en ‘Dame un beso’ a tres personajes —bueno, cuatro, que el simpático can que pulula por toda la narración es tan importante como cualquiera de los humanos— que terminan consiguiendo meterse debajo de la piel del lector. Un logro este que habla de lo estupendo de la labor de el artista y de lo recomendable de la lectura de un volumen que se pasa en un suspiro y evoca a esos amores adolescentes que todos tuvimos y, en el fondo, nunca llegamos a olvidar.