‘Capablanca 1’, ecos de Reverte

Considerando que fue él el responsable de ilustrar los libros a partir del cuarto volumen y, aún más, que fue él el encargado junto a Carlos Giménez de trasladar a viñetas parte de las aventuras del capitán Diego Alatriste, resulta virtualmente imposible empezar esta entrada sin hacer mínima referencia al hecho más que constatado de que, por más que el germen de la idea de ‘Capablanca‘ estuviera presente en Joan Mundet desde mediados de los noventa —de cuando data el primer dibujo que el artista hizo del personaje central de esta muy coral obra—, de no haber sido por el personaje creado por Arturo Pérez Reverte, es probable que no estuviéramos hablando de Joan Muntada, el niño que terminará convirtiéndose en un legendario bandolero en la Cataluña del siglo de oro.

Situada pues en la misma época histórica que las aventuras de Alatriste, y haciendo uso igualmente del mismo castellano vetusto del que Reverte echaba mano para caracterizar las andanzas de su héroe, Mundet se las arregla para que, más allá de estas muy obvias referencias de partida, ‘Capablanca’ discurra por derroteros muy diferentes a los de cualquiera de los siete volúmenes que conforman la saga del personaje que encarnó Viggo Mortensen en la gran pantalla, y lo que leemos aquí casi podría considerarse una suerte de año cero de Alatriste por cuanto lo que aquí narra el autor de Castellar del Vallès con todo lujo de detalles y sin apresurarse lo más mínimo es el «origen» de Joan Muntada y sus años de niñez y primera adolescencia.

Con su muy elegante trazo y aún más elegante y clásica concepción de la composición de página —genial resulta, por lo original y realista, la inclusión de una obra de teatro visualizada a ritmo de tres viñetas por página—, Mundet acompaña a su infortunado héroe mientras es golpeado una y otra vez por un destino aciago, el mismo que parece estar reservado para todo aquél que tenga algo que ver con él, desde su desgraciada madre, cuyo cadáver sirve para arrancar la acción, hasta sus innobles hermanastros, pasando por los adultos que se aprovechan de él o lo maltratan. Todos ellos se antojan marionetas de un funesto sino del que parece librarse siempre por los pelos un jovenzuelo imberbe que, sometido a las apetencias de unos y otros, irá trazando un camino que se intuye apasionante de cara a ulteriores entregas.