Si bien a la hora de afirmar sin pensar cuál es mi tipo de películas favorito, es la ciencia-ficción la que siempre acude rauda —por algo será, digo yo—; una respuesta más pensada y menos impetuosa afirmaría que, junto a aquél al que más horas de mi vida cinéfila he dedicado, se sienta orgulloso el western. Desarrollado de forma tardía por la pertinaz insistencia de mi añorado abuelo materno, el gusto por el género cinematográfico por excelencia —por aquello de que es el único que no fue heredado de la literatura o el teatro— llegó en una adolescencia que vio como, de forma ansiosa y atribulada, comenzaba a dar cuenta de los muchos títulos que se almacenaban en mi video-club y a los que hasta entonces no había hecho ni caso. Y, claro está, si la filia hacia el sci-fi tuvo su traslación inmediata a viñetas en cuanto comencé a coleccionar tebeos de forma seria, la correspondiente a las historias de cowboys no tardaría en asomar en cuanto en mis manos cayó un ejemplar de ‘Blueberry’.
En los más de veinte años que han transcurrido desde aquél afortunado instante en que descubrí la obra de Charlier y Giraud, incontables son los álbumes y volúmenes de los que he dado cuenta, muy numerosas han sido las decepciones que, por una razón u otra me he llevado y también multitudinarias las ocasiones en que he podido celebrar la decisión de haberme asomado a cabeceras como ‘Durango’, ‘Bouncer’, ‘Tex’ o el ‘Sunday’ de Víctor de la Fuente por poner los cuatro primeros ejemplos que han venido a la memoria. Y, sinceramente, aunque sólo fuera por lo atractivo que me resultaba su aspecto gráfico, esperaba que esta ‘Buffalo Runner’, firmada por el desconocido Tiburce Oger —desconocido para servidor, se entiende—, se situara en el segundo grupo y no fuera a terminar dando con sus «huesos» en el primero. Lamentablemente, no ha sido así.
Pero antes de apuntar a aquello que no funciona de tomo publicado por Ponent Mon, centremos nuestra atención en aquello que sí lo hace: su dibujo. Estilizado y con influencias que podrían abarcar desde el Greco a Corominas, el estilo de Oger recuerda poderosamente a los grabados de Gustave Doré, algo que asocia directamente a su protagonista, el cazador de búfalos Ed Fisher, con el caballero de la triste figura que el artista francés tan bien supo interpretar. Tan intensa asociación, que aporta ciertas tonalidades de melancolía a la lectura, queda enriquecida sobremanera por los múltiples matices que añade el magnífico uso de las veladuras que encontramos en las páginas del álbum.
Fascinante pues en una concreción visual que, seamos francos, podría justificar por sí sola la adquisición del volumen, es no obstante en el desarrollo de la historia donde ‘Buffalo Runner’ resta suficientes enteros como para pensarse el desembolso de los 20€ que comportaría su compra: algo errática y poco apasionante, no encontrar en este relato lleno de referencias a distintos puntos cardinales del género nada de novedoso salvo un exiguo elemento fantástico que llega demasiado tarde y se va con igual velocidad, resulta fatal para completar la fascinación que provoca pasar cada página —atención a las splash-pages que jalonan la lectura, fabulosas— y hacer de ésta una lectura digna de figurar con los mejores ejemplos que el western ha dado en la página impresa. Una lástima.
Buffalo Runner
- Autores: Tiburce Oger
- Editorial: Ponent Mon
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 80 páginas
- Precio: 19 euros en