‘Iron Man’ ha sido una de las mayores sorpresas que ha dado el cine pijamero últimamente, ya que el hasta entonces poco conocido Jon Favreau se marcó un filme en el que la acción no estaba reñida con el argumento, y con el que supo sacar bastante jugo al personaje de Tony Stark. No obstante, no dejaba de ser una especie de prólogo, la antesala de algo grande que tendría que empezar a desarrollarse a partir de la secuela. Y puede que esta segunda parte no sea tan grande como se pudiera esperar, pero no hay duda de que mantiene el nivel, entretiene e incluso supera en ciertos aspectos a su predecesora.
Uno de esos aspectos que ha mejorado (o, al menos, ampliado) es la figura de Tony Stark. Robert Downey Jr. sigue estando en su salsa en la piel del cerebrito playboy, con esa mezcla de frivolidad despreocupada y un lado más trágico que intenta ocultar a sus allegados. Precisamente este reverso oscuro es el que más se trabaja en ‘Iron Man 2’, especialmente con la poderosa escena en la que termina borracho en la fiesta en su mansión de Malibú, planteada de forma soberbia con la única pega de la innecesaria pelea con Máquina de Guerra que se produce a continuación.
De hecho, parece que Favreau siente de vez en cuando la necesidad de meter algunos fragmentos de acción que poco o nada aportan al desarrollo de la película para entretener a la muchachada, ya que el ritmo general de la cinta es bastante reposado, como ya pasó en la primera entrega. El director se toma su tiempo para presentar los hechos y a los personajes (aunque sin terminar tampoco de darles el protagonismo absoluto por encima de los acontecimientos) y nos conduce lentamente hasta el clímax final, en donde todo se desboca y sacia a los amantes de las emociones fuertes, aunque quizá la pelea final se haga un poco corta.