Desde que Spiderman abriera la larga temporada de caza y captura de superhéroes por parte de Hollywood, hemos visto numerosos encapuchados (o héroes con la cara descubierta) que han saltado desde las viñetas al tapiz blanco de las salas de cine.
Las grandes productoras habían encontrado un filón aparentemente sin fin, pero también se encontraron con un público muy exigente, los fans de los comics, que miraban con lupa cada estreno para desentrañar las virtudes y defectos de las versiones cinematográficas de sus héroes favoritos.
Hancock se libera de la carga de tener que satisfacer a este público, al tratarse de un superhéroe creado exclusivamente para el cine, pero no le exime de satisfacer como película por si sola, lo cual no termina de conseguir.
Tras ver Hancock, cualquiera que haya visto el suficiente número de películas, se dará cuenta de que su historia es defectuosa. ¿A qué me refiero? A que la segunda mitad de la historia casi no tiene nada que ver con la primera.