Cuando ve la luz en las páginas de ‘Metal Hurlant‘ allá por 1979, el Mayor Grubert y su garaje hermético se convierten de forma instantánea en la personificación de la inmensa capacidad de experimentación que Moebius fue capaz de plasmar a lo largo y ancho de toda su obra. Carente de un hilo conductor y partiendo de lo que originalmente Giraud definía como «un chiste gráfico, una broma, una mistificación que no podía ni debía conducir a nada, que no requería ninguna continuación» las historias situadas en el alucinado mundo creado por el Mayor se sitúan por méritos propios entre lo mejor que el desaparecido genio ha legado al noveno arte. Como podréis imaginar, ‘El cazador cazado‘ no es una excepción.