Como quiera que es práctica habitual de esta página, siempre lo ha sido de este redactor y la ocasión bien lo merece, permítanme una vez más realizar un breve viaje por los vericuetos de mi memoria para trazar un rápido recorrido de mi desaforada pasión por Will Eisner, desarrollada de forma gradual y progresiva a largo de las dos décadas y media que servidor lleva dedicado a explorar este vasto mundo del noveno arte. Como toda historia, el descubrimiento de Eisner tuvo un principio, y ese principio fue el casual descubrimiento, en una pequeña tienda regentada por un anciano que compraba y vendía libros casi al peso, de uno de aquellos retapados en los que se reunían varios de los números de la edición de Norma de ‘The Spirit’. Decir que abrir aquellas páginas «me volaron la cabeza» es quedarse cortos.
Hasta aquél instante —que me atrevería a datar en algún momento a lo largo de 1994— mis contactos con el cómic americano se habían reducido a ingentes cantidades de superhéroes y algún que otro coqueteo con títulos de otro calado como el ‘Epicurus’ de William Messner-Loebs y Sam Kieth, así que creo de fácil comprensión el hecho de que encontrarme ante unas páginas dibujadas cuatro décadas antes y que en seguida comprendí tenían mucha más vigencia que cualquiera de las contemporáneas que leía, trastocara por completo mi forma de ver los tebeos. Tal fue el «enamoramiento» instantáneo, que comencé a rastrear allí hasta donde podía —que no era mucho, para qué engañarnos— algún que otra edición en castellano de material firmado por Will Eisner, pero tras varios frustrados intentos, terminaría abandonando la esperanza de poder leer algo salido de la portentosa pluma del artista estadounidense.
Todo cambió, no obstante, cuando mis huesos fueron a dar a Sevilla durante los años universitarios y pude, a través de la impagable ayuda del Previews, primero, y de Milehigh Comics después, completar en el plazo de un año y medio todo lo que se había editado hasta entonces al otro lado del charco con la firma de Will Eisner. Tarea nada sencilla que en algunos casos comportó un considerable desembolso —no queréis saber lo que llegué a pagar por la edición de Kitchen Sink de ‘En el corazón de la tormenta’— ir dando cuenta poco a poco del trabajo del maestro sirvió para abrir a golpe de nueva página la amplitud de mi mirada hacia el noveno arte al tiempo que conseguía aumentar mi ya considerable admiración por una figura puntal en la historia de este medio que tanto nos fascina.
Una fascinación que, continuada hoy, tanto tiempo después, encuentra en ‘Will Eisner. Maestro de la Novela Gráfica’ renovadas fuerzas para continuar amando al arte secuencial en un momento personal en el que no son pocas las decepciones con las que mes a mes se saldan algunas de las lecturas de series que, ancladas en la repetición y en la monotonía, no consiguen resultar tan atractivas como lo hicieran antaño. Que ese nuevo impulso llegue de manos de un libro enfocado en la vida del artista de Nueva York tiene un significado muy especial por más que no sea él sino el insigne Paul Levitz el que haga repaso de una vida que siempre miró hacia nuevas fronteras y nunca descansó en la lucha por dignificar a una expresión artística que era considerada a la misma altura que la literatura.
Estructurado en diez capítulos, una introducción de Brad Meltzer, un prefacio del propio Levitz y un apéndice que incluye la transcripción del panel de la San Diego Comic-Con de 2013 que se dedicó a la figura de Eisner, ‘Will Eisner. Maestro de la novela gráfica’ es, ante todo, un libro emocionante. Y lo es por muchos motivos. Quizás el más obvio de ellos sea el poder tener al alcance de la mano y recogido en tan bello volumen —más de la edición al final de la entrada— un recorrido vital completo de la vida del maestro desde su humilde cuna hasta su muerte; un recorrido que nos invita a acercarnos a sus titubeantes comienzos, a la eterna determinación de Eisner por llegar «un poco más allá», a las tragedias que golpearon su vida familiar —sobrecoge, y más siendo padre, descubrir que perdió a su hija por culpa de la leucemia y que dicha pérdida conllevó también la de la salud mental de su primogénito— y a los muchos y diversos avatares que rodearon su trayectoria profesional que, como todo seguidor suyo sabrá, no siempre pasaron por tenerlo delante del tablero.
Levitz escribe con brío y las líneas y párrafos vuelan raudas ante nuestros ojos —máxime cuando la narración se complementa con un amago de historia contemporánea del noveno arte en Estados Unidos—, que nunca saben si continuar dando cuenta de lo fascinante en la vida del maestro o detenerse un instante para fijar la mirada en las incontables ilustraciones que acompañan, precisas, a los renglones de texto. Muchas de ellas, sorprendentemente no la mayoría, son viejas conocidas personales; pero las que conforman el grupo más nutrido, ese sobre el que nunca se habían posado estos ojos, permiten volver a enamorarse de la capacidad expresiva de Eisner, de la facilidad con la que capturaba las emociones humanas en sus personajes, de la potencia de sus composiciones y lo avant garde de aquellas splashs de ‘The Spirit’ que a día de hoy siguen siendo su seña de identidad más reconocible, de la espectacular manera en que la lluvia adquiría vida en sus páginas…
Cualidades todas que los años y las muchas revisiones de sus novelas gráficas —elocuente y profuso es el discurso del escritor sobre el origen del término y la auténtica autoría del mismo— han ido sacando a la luz, es al verlas descritas con la puntual pasión que lo hace Levitz que uno no puede evitar sentir la imperiosa necesidad de rescatar de su balda —porque sí, porque Eisner cuenta con una balda entera para él solo en mi tebeoteca— cualquiera de sus títulos —¿todos?— y revisitarlos por enésima vez para dejarse llevar de nuevo por el arrollador talento de uno de los nombres que más han hecho en la historia del tebeo por una disciplina que no estaría donde está sin él y sin la fundamental influencia que ejerció —y sigue ejerciendo— sobre varias generaciones de los artistas que terminaron de levantar el edificio del cómic actual del que él, con tesón inagotable y desbordante simpatía, erigió sólidos cimientos.
Exquisita en su imitación del original —como suele ser Norma en ella— hay que felicitar a la editorial catalana por el excelente trabajo llevado a cabo a la hora de apostar por un nombre que forma parte inherente de su historia. Ahora bien, al César lo que es del César, si ninguna pega puede anterponérsele a la edición per se, si que son variadas las que habría que aducir con respecto a una traducción que incurre en errores de expresión, en pretender ser demasiado literal al original y que, ocasionalmente, termina pecando de errática y de complicada asimilación en ese celo por no desviarse en exceso de lo escrito por Levitz en la lengua de Shakespeare. De acuerdo, es un error que también habría que achacar en parte a la figura del editor, que no parece haber reparado en ciertos errores de bulto y bien es cierto que en una apreciación global no sirve para arruinar, ni mucho menos, la sobresaliente percepción con la que uno termina la lectura, pero es una sombra que se podría haber evitado para no empañar el altísimo nivel al que raya el resto del libro.
Will Eisner. Maestro de la novela gráfica
- Autores: Paul Levitz
- Editorial: Norma
- Encuadernación: Cartoné
- Páginas: 224 páginas
- Precio: 42,75 euros en