‘Un tipo duro’, al límite

Jeff Lemire no para. Esto, que creo que hemos comentado ya en alguna de las anteriores ocasiones en las que hemos hecho referencia al artista —y si es así, disculpas anticipadas— queda puesto de manifiesto en estos momentos por la cantidad de sitios en los que uno puede encontrarse su nombre: en Image, el guionista y dibujante está a punto de finalizar ‘Royal City’ mientras sigue adelante con la publicación de esa maravillosa serie de ciencia-ficción que es ‘Descender’ —publicada en castellano, al igual que el volumen que hoy os traemos, por Astiberri—; en Valiant, es el guionista actual de ‘Bloodshot Salvation’ y en Dark Horse, su ‘Black Hammer’, esa fantástica cabecera en la que ha intervenido en algún momento nuestro David Rubín, continua dando alegrías mensuales a quienes a ella se acerquen.

Y por si todo lo anterior no fuera poco, Lemire tiene tiempo para sentarse delante del tablero y firmar, como autor completo, ‘Un tipo duro’, novela gráfica de personajes sencillos puestos en tesituras al límite sobre la que sobrevuela una sobrecogedora carga de melancolía que invade de manera inequívoca al lector a poco que éste se implique en la historia de Derek, un violento ex-jugador de hockey sobre hielo, y su hermana Beth, drogodependiente y embarazada: el halo de tragedia que envuelve a los dos es uno que se deja sentir con suma intensidad desde la primera página, impregnando todas las gélidas viñetas sobre las que va transitando esta historia que, con epítetos como descorazonadora, cruel o implacable como los que mejor la definen a grandes rasgos, aún tiene lugar para cierta carga de calidez y afabilidad.

Marcadas por un padre violento y abusivo, las vidas de Derek y Beth se contraponen a la quietud del paisaje boscoso y helado en el que Lemire las sitúa, manteniendo la lectura durante todo su recorrido una cierta tensión no verbalizada entre el volcán de emociones calladas que maneja y el manto de nieve que cubre el ficticio pueblo de Pimitamon —que suponemos podría estar en la región norte de Ontario, de donde es oriundo el autor. Como ya pasara con otros trabajos suyos, la sutileza con la que Lemire trabaja la expresividad de sus personajes desde lo rudo de su trazo, y el manejo que demuestra tener sobre ciertos mecanismos narrativos —lo preciso de sus flashbacks, la temporización del ritmo, lacónico y letánico cuando la acción lo requiere, adrenalínico y visceral si el momento lo necesita— se conjuran, junto a todos los valores anteriores, y todos aquellos de los que no vamos a hablar, para parir un volumen soberbio que agarra al lector por las gónadas y lo mantiene hipnotizado de principio a fin.