‘Tú, una bici y la carretera’, Forrest Gump sobre ruedas

Quizás habría que comenzar aclarando que la referencia a Forrest Gump, el mítico personaje que le valió su segundo Oscar a Tom Hanks por la cinta homónima de Robert Zemeckis, no está orientada en ningún momento a hacer pensar a vosotros, queridos lectores, que la protagonista de esta suerte de «movie road» tiene alguna tara psíquica como la que hacía gala el encantador e inocente sureño salido de la pluma de Winston Groom. Antes bien, la única relación que el volumen publicado por Astiberri guarda para con la cinta producida por la Paramount es el hecho de que ambas comparten —la película de manera parcial lo que en el cómic es su totalidad— esa voluntad de mostrar un viaje por la vastedad de Estados Unidos vista, en este caso, desde las dos ruedas de una bicicleta en lugar de la óptica del corredor incansable en que, un buen día, sin razón aparente —»I just felt like running»— se transformaba Forrest.

Conociendo desde el comienzo las motivaciones que llevaron a Elenaor Davis a querer cruzar medio país en bicicleta —»Lo estaba pasando mal porque había perdido el deseo de vivir. Pero cuando monto en bici me siento bien»— lo que encontramos en las páginas de ‘Tú, una bici y la carretera’ es un relato sencillo, casi al modo de otra producción cinematográfica, la maravillosa ‘The Straight Story: Una historia verdadera’ de David Lynch, en el que la artista, de manera simple, con un dibujo sin pretensiones y a modo de diario de viaje, nos va acercando a sus pequeñas tribulaciones, a los problemas físicos de plantearse tamaño recorrido a bordo de dos ruedas, a los encantos que su país va desplegando ante ella o a las pequeñas idiosincrasias fronterizas derivadas de la administración Trump.

Al hacerlo sin ninguna intención más que tener un registro de todo aquello que vivió durante los dos meses que invirtió en cubrir gran parte de la distancia que separa Arizona de Georgia —no llegó a completar el recorrido por puro agotamiento— a lo que nos invita Davis, probablemente de manera inconsciente, es a lo mismo que nos invitaba Lynch con el relato del anciano que cruza dos estados para ir a ver a su hermano enfermo: a frenar nuestro frenético ritmo de vida; a pararnos, como reza el dicho inglés, a oler las rosas y a darnos cuenta de que el mundo que nos rodea encierra muchas maravillas por descubrir.